F.G., periodista y escritor

A las diez de la mañana del 16 de septiembre de 1897, a la altura de la Alameda de la ciudad de México, Arnulfo Arroyo se mezcló con la muchedumbre reunida para presenciar el desfile de celebración de la Independencia. Su intención era asesinar al presidente Porfirio Díaz. El atentado fue frustrado por la guardia y el presidente dio la orden, “–Que no se le haga nada a este hombre. Cuídenlo. Ya pertenece a la justicia”.

Álvaro Uribe (Ciudad de México 1953-2022) invita al lector a qué, desde la ficción de su libro Expediente del atentado (2007), se revise el expediente que el periodista F.G. compuso sobre este atentado. El expediente de F.G se componía de tres carpetas y su diario que va del 16 de septiembre al 8 de diciembre de 1897. Álvaro Uribe intercala diferentes voces narrativas (quince) que van dando cuenta de las noticias, las declaraciones judiciales, las confesiones, las notas periodísticas, la recreación de los ambientes, el perfil de los implicados, las cartas de amor entre Cordelia, la prometida del licenciado Eduardo Velázquez y las cartas entre ella y su amante el periodista F.G. En los capítulos “Los que saben” se registran los “rumores, comentarios, conjeturas, divagaciones y hasta fantasías que deriven del atentado”.

En la ficción de esta novela, Arnulfo Arroyo había estado con otros dos hombres en el bar-room del inglés Peter Gay. El comensal que pagó la cuenta había dado la orden, y el otro comensal le dio el cuchillo.

Arnulfo Arroyo era un borrachín, hijo de sastre, pasante de Derecho, oriundo de Tacubaya con residencia en la calle del Reloj de la capital. Había sido condiscípulo de F.G. en el Colegio Baz.

Después del atentado, el licenciado Eduardo Velázquez, Inspector General de Policía de la ciudad de México, ordenó que trasladaran a Arroyo a una habitación contigua a su despacho en el Palacio Municipal. Tiene conversaciones con el temible Antonio Villavicencio, Jefe de la 2ª Demarcación de Policía, y con el Mayor de gendarmería Manuel Bellido. Velázquez le ordena a éste que sus gendarmes, con ropa de paisano, entraran al palacio para acuchillar a Arnulfo Arroyo. Después de una comida con Villavicencio y Bellido, Velázquez le pidió a su caballerango y mayordomo Cándido Cuellar, que comprara siete cuchillos bien afilados y que se los entregara al inspector don Antonio Villavicencio quien “últimamente se ha convertido en su sombra”.

El viernes 17 de septiembre de 1897 el diario El Imparcial dio la noticia de la turba que consiguió “linchar” a Arnulfo Arroyo:

“Un tropel de hombres del pueblo entró desordenadamente hoy a la una de la madrugada al antiguo Palacio de la Diputación, subió las escaleras y, arrollando a los gendarmes que hacían la guardia, llegó hasta el despacho del Inspector General de Policía, matando a Arnulfo Arroyo, que se encontraba preso en aquel lugar”.

Eduardo Velázquez fue apresado y encerrado en la Cárcel de Belén el domingo 19 de septiembre. “Sostengo, convencido como estoy de ello en mi fuero interno, que he prestado un servicio invaluable a mi país, procurando mostrar que un atentado contra el Jefe de la Nación lo castigará rápida y terriblemente el pueblo, pues no se necesitó sino la más ligera insinuación para armar el brazo de la muchedumbre, que descargó sobre el culpable de la mayúscula ofensa un golpe fatal”. Eduardo Velázquez se suicidó en su celda.

Por las cartas de Cordelia sabemos que Eduardo Velázquez, Arnulfo Arroyo, “Fito”, y F.G. se conocían desde la adolescencia.

El 22 de noviembre F.G. escribió en su diario:

“¡Ahora resulta que la cosa juzgada era únicamente el asesinato de Arnulfo Arroyo y no, por implicación, su imperdonable atentado contra el Señor Presidente de la República! Ya a nadie le importa saber por qué se cometió esa infamia, ni si el infame la concibió por su cuenta o actuó instigado por alguien más”.

“..Me pregunto quién jala los hilos que mueven a todos los figurantes…”

El periodista F.G. escribió que con su expediente había deseado retratar un crimen más o menos fallido, pero nunca denunciar una “impensable conspiración. ¿A dónde iría yo a parar si acusara a los de arriba?”.

 

En la mañana del atentado, en el bar-room del inglés Peter Gay, el licenciado Eduardo Velázquez había ordenado al inspector Antonio Villavicencio que le quitara a Arnulfo Arroyo el cuchillo. Que luego se lo entregara a su subordinado Genovevo Uribe, un gendarme de a pie vestido de paisano. Villavicencio le ordenó a Genovevo Uribe seguir a Arnulfo Arroyo, le dijo que cuando éste se aproximara al Presidente no hiciera nada para impedir el atentado, pero que cuando se perpetrara la agresión, “me apoderara a toda costa del agresor. Que lo apuñalara con un cuchillo… Que lo matara ahí mismo a cuchilladas”.

Yo había seguido al borracho, que después me enteré que se llamaba Arnulfo Arroyo. Él le había dado un manotazo por detrás al general Díaz. En el acto yo había saltado sobre Arroyo. Ya lo tenía boca arriba en el suelo y yo a horcajadas encima de él, con sus brazos inmovilizados por mis rodillas. Iba a darle la primera puñalada en el pecho cuando el Señor Presidente dijo, con una voz de mando imposible de ignorar, que a ese hombre debía juzgarlo la ley. Yo dudé un instante, entre hacerle caso al Jefe del Estado o cumplir mis órdenes. Me decidí por lo segundo, por obedecer a mi superior inmediato. Sólo que la gente del Estado Mayor ya había reaccionado y, antes de que yo pudiera acuchillar a Arroyo, me desarmaron y me llevaron preso.  … Pero mi titubeo le costó la vida al inspector Velázquez. Y a los demás, a todos los complicados en el lynchamiento, salvo al mayor Bellido, nos costó la pena capital”.

 

Álvaro Uribe no identifica a “F.G.” como Federico Gamboa (México 1864-1939), si bien dice que se basó en sus diarios para escribir esta historia. No menciona el libro de Jesús M. Rábago Historia del gran crimen.

Con un “¡Haiga sido como haiga sido!” termina, la película “El atentado” (2010) del cineasta mexicano Jorge Fons, (1939-2022) basada en este hecho histórico y en esta novela, con guión de Vicente Leñero, Fernando Javier León Rodríguez y Fons. La película añade escenas satíricas de las “carpas”, teatros populares ambulantes. También un paseo por el campo con Arnulfo Arroyo, Federico Gamboa y Eduardo Velázquez. Y Cordelia. En mi opinión, es sobresaliente la adaptación al cine, la ambientación de la época y las actuaciones de los protagonistas.

Ver: Jesús M. Rábago (Historia del gran crimen, 1897). Claudio Lomnitz (El primer linchamiento en México, 2016). Jesús G. Sotomayor Garza (Magnicidios y ocasos históricos en México, 2016). Ignacio Solares (Asesinato del presidente Porfirio Díaz, 2009).

 

Álvaro Uribe Mateos (Ciudad de México 1953-2022)

Álvaro Uribe, Expediente del atentado. México: Tusquets.2007. 326 págs. Ed. Kindle.