Nellie Campobello (née Francisca Ernestina Moya Luna. Villa Ocampo, Durango 1990 – 1986) es la autora de “La muerte de Felipe Ángeles” que aparecen en la segunda parte de su libro Cartucho. Relatos de la lucha en el norte de México (1940).
La literatura de y sobre la Revolución mexicana (1910-1920), es negra, muy negra. Se estima que murieron entre uno y dos millones de personas. Cartucho trata de “cartuchos”, de muertes y de fusilados.
El 27 de noviembre de 1919 Felipe Ángeles (1869-1919) fue fusilado. Un Consejo de Guerra Extraordinario instalado en el Teatro de los Héroes de la ciudad de Chihuahua, en el estado de Chihuahua, lo condenó a sufrir la pena capital por el delito de rebelión.
Nellie Campobello fue testigo y narradora sobre la Revolución mexicana. (Y célebre coreógrafa y bailarina). En su libro Cartucho, escribió un texto sobre este fusilamiento.
Las cien páginas del libro Cartucho hablan de fusilamientos y de muerte. No es una novela, no son cuentos ni ensayos. Son relatos muy cortos con una unidad temática -los fusilamientos y la muerte- en un contexto específico: la Revolución mexicana en el estado de Chihuahua en el norte del país entre 1916 y 1920.
Lo extraordinario de este pequeño libro es que la autora hace que su narradora sea una niña, de una familia pueblerina, que observa bien, que reproduce lo que dice la mamá y los mayores, con una cierta ironía fina y que, sin explicar las turbulencias políticas, sabemos que están ahí. Y a pesar de tanta muerte, la prosa es ligera y concisa, dice mucho con poco, y es rica en dichos, imágenes y metáforas. Los que hablan a través de la niña-narradora son gente del pueblo. Y como si estuviera detrás del telón, Francisco Villa con sus muchas anécdotas de lo que hizo y dijo.
La edición de Cartucho que se cita es de 1940; es una segunda versión aumentada de la publicada en 1931. El prólogo es un texto breve y erudito del escritor, ensayista y crítico Jorge Aguilar Mora (Chihuahua 1946-2024). Se aventura a trazar una grata e interesante continuidad literaria de Cartucho con Pedro Páramo y con Cien años de soledad. Aguilar Mora ofrece una lista de fuentes y al final una “cronología” de Nellie Campobello y la relación entre algunos de los relatos con hechos reales.
“Cien años de soledad no hubiera sido posible sin Pedro Páramo y Pedro Páramo no hubiera sido posible sin Cartucho de Nellie Campobello. Ésta anticipa lúcidamente muchos rasgos que definirían el estilo de Rulfo: ese trato constante de las palabras con el silencio; ese parentesco en acción del silencio con la sobriedad irónica, tierna, de frases elípticas, breves, brevísimas, a veces casi imposiblemente breves; esa velocidad de la narración que, sin transición, recorre instantáneamente todos los registros del lenguaje y todas las intensidades de la realidad; esas metáforas súbitas y reveladoras de una acendrada unidad y fragilidad del mundo en donde lo humano y la naturaleza dejan de oponerse; esa convicción profunda, terrenal, de que el lenguaje, su lenguaje, corresponde a una experiencia propia e intransferible” (pp 5-39).
Para Jorge Aguilar Mora “Los fusilamientos son momentos especiales en la relación con la muerte. Representan esa instancia en la que el gran misterio de la vida, el “cuándo” de la muerte, ha sido no revelado, pero sí borrado por otro, por otro que ha impuesto una fecha para el fin de un transcurso vital ajeno. Si el condenado a muerte tiene la solución del misterio más imponderable, nadie le envidia ese conocimiento. Ante esa situación límite, nuestra posición vital se vuelve ambigua, si no paradójica: en la vida cotidiana, avanzamos con la zozobra de desconocer el “cuándo” y, al mismo tiempo, de concedérsenos la oportunidad, nos negamos a saber la fecha de ese cuándo que quisiéramos desentrañar. Y nadie envidia al condenado, tampoco, porque a éste no sólo se le impone la terminación de su vida; se le impone además una reclusión que reduce al mínimo el ejercicio de la voluntad”. (p. 21).
Cartucho está dividido en tres partes: I. “Hombres del norte” (7 textos). II. “Fusilados” (28 textos). III. “En el fuego” (21 textos).
A continuación, el relato de la narradora-niña sobre la muerte de Felipe Ángeles. (Aparece en la II. Parte).
“La muerte de Felipe Ángeles”
“Traen a Felipe Ángeles con otros prisioneros. No los matan”, decía la gente. Yo pensé que sería un general como casi todos los villistas; el periódico traía el retrato de un viejito de cabellos blancos, sin barba, zapatos tenis, vestido con unas hilachas, la cara muy triste.
“Le harán Consejo de Guerra”, decían los periódicos.
Eran tres prisioneros: Trillito, de unos catorce años; Arce, ya un hombre, y Ángeles.
Nos fuimos corriendo mi hermanito y yo hasta el Teatro de los Héroes; no supimos ni cómo llegamos hasta junto al escenario, allí había un círculo de hombres, en el lado derecho una mesa, en el izquierdo otro mueble, no me acuerdo cómo era; junto a él, el agente del Ministerio Público, un abogado de nombre Víctores Prieto. En la platea del lado derecho estaba Diéguez. Sentado en el círculo, Escobar. Acá, junto a las candilejas, estaban sentados los prisioneros: Ángeles en medio, Trillito junto a los focos.
Interrogó la mesa grande, dijo algo de Felipe Ángeles. Se levanta el prisionero, con las manos cruzadas por detrás. (Digo exactamente lo que más se me quedó grabado, no acordándome de palabras raras, nombres que yo no comprendí.)
“Antes de todo –dijo Ángeles–, deseo dar las gracias al coronel Otero por las atenciones que ha tenido conmigo, este traje (un traje color café, que le nadaba) me lo mandó para que pudiera presentarme ante ustedes.” (Se abrió de brazos para que pudieran ver que le quedaba grande.) Nadie le contestó. Él siguió: “Sé que me van a matar, QUIEREN MATARME; éste no es un Consejo de Guerra. Para un Consejo de Guerra se necesita esto y esto, tantos generales, tantos de esto y tanto más para acá”, y les contaba con los dedos, palabras difíciles que yo no me acuerdo. “No por mi culpa van a morir”, dijo señalando a los otros acusados, “este chiquillo, que su único delito es que me iba a ver para que le curara una pierna, y este otro muchacho; ellos no tienen más culpa que haber estado junto conmigo en el momento que me aprehendieron. Yo andaba con Villa porque era mi amigo; al irme con él para la sierra, fue para aplacarlo, yo le discutía y le pude quitar muchas cosas de la cabeza. En una ocasión discutimos una noche entera, varias veces quiso sacar la pistola, estábamos en X rancho, nos amaneció, todos creían que yo estaba muerto al otro día.”
“¿Y llama usted labor pacífica andar saqueando casas y quemando pueblos como lo hicieron en Ciudad Juárez?”, dijo el hombre de las polainas, creo que era Escobar. Ángeles negó; el de las polainas, con voz gruesa, gritó: “Yo mismo los combatí”
Hablaron bastante, no recuerdo qué, lo que sí tengo presente fue cuando Angeles les dijo que estaban reunidos sin ser un Consejo de Guerra. Yo e, yo i, yo, o, (sic) y habló de New York, de México, de Francia, del mundo. Como hablaba de artillería y cañones, yo creí que el nombre de sus cañones era New York, etcétera… el cordón de hombres oía, oía, oía…
Mamá se enojó, dijo: “¿No ven que dicen que Villa puede entrar de un momento a otro hasta el teatro, para librar a Ángeles? La matazón que habrá será terrible”. Nos encerraron; ya no pudimos oír hablar al señor del traje café.
Ya lo habían fusilado. Fui con Mamá a verlo, no estaba dentro de la caja, tenía un traje negro y unos algodones en las orejas, los ojos bien cerrados, la cara como cansada de haber estado hablando los días que duró el Consejo de Guerra –creo que fueron tres días–. Pepita Chacón estuvo platicando con Mamá, no le perdí palabra. Estuvo a verlo la noche anterior, estaba cenando pollo, le dio mucho gusto cuando la vio; se conocían de años. Cuando vio el traje negro dejado en una silla, preguntó: “¿Quién mandó esto?” Alguien le dijo: “La familia Revilla”. “Para qué se molestan, ellos están muy mal, a mí me pueden enterrar con éste”, y lo decía lentamente tomando su café. Que cuando se despidieron, le dijo: “Oiga, Pepita, ¿y aquella señora que usted me presentó un día en su casa?” “Se murió, general, está en el cielo, allá me la saluda.” Pepita aseguró a Mamá que Ángeles, con una sonrisita caballerosa, contestó: “Sí, la saludaré con mucho gusto”. (pp. 84-85).
ETIQUETAS: FUSILAMIENTO. REVOLUCIÓN MEXICANA.
Nellie Campobello (nee Francisca Ernestina Moya Luna. Villa Ocampo, Durango 1990 – 1986)
Nellie Campobello. “La muerte de Felipe Ángeles” en Cartucho. Relatos de la lucha en el norte de México. México: Era. 2000. Prólogo de Jorge Aguilar Mora. 146 p. Kindle.
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