La novela Los de abajo (1916) del escritor mexicano Mariano Azuela (1873-1952), no habla de los gobernantes ni de los caudillos, sino de nosotros, «los de abajo». Por eso es importante. Su acción se desarrolla entre los últimos meses del gobierno de Victoriano Huerta y la Convención de Aguascalientes, en los caminos del centro norte de México y en ambientes rurales. Por su contexto histórico es doblemente importante. La narración reproduce el habla del campesino y el de la revolución que tantas palabras nos dejó. Por eso es triplemente importante. Se recrean los ambientes y las costumbres rurales con una prosa sencillamente bella, con diálogos llenos de imágenes y metáforas espléndidas, por eso es cuatro veces importante. Y así, podría seguir.

La novela Los de abajo no es un thriller, es “la novela de la revolución mexicana”. Una revolución armada que implicó, tal vez, todo tipo de transgresiones, y que no es ficción.

 “—Yo soy de Limón, allí, muy cerca de Moyahua, del puro cañón de Juchipila. Tenía mi casa, mis vacas y un pedazo de tierra para sembrar; es decir, que nada me faltaba”.

Demetrio Macías era un campesino que vivía en un jacal cerca del pueblo de Juchipila, en el sur del estado de Zacatecas. Un día tuvo que huir y dejar a su mujer y a su pequeño hijo. El cacique de Moyahua quería matarlo.

En “un hacinamiento de cañas y paja podridas” Demetrio se encontró con “muchos hombres de pechos y piernas desnudos, oscuros y repulidos como viejos hombres”. La botella quedó vacía.

Demetrio Macías y sus hombres se fueron enfrentando a los federales. Se les iban uniendo campesinos que huían de la leva, que eran perseguidos por un gobierno que mataba a los pobres, que les robaba sus animales, quemaba sus casas y se llevaba a sus mujeres.

Se les unieron mujeres y Luis Cervantes, un mocho, un curro, estudiante de medicina y periodista que había desertado y que los estudiosos han identificado como un “contrapeso”. O para “ponderar” la personalidad de los revolucionarios, “bandidos agrupados”, y que explicaba bien “Lo que es saber leer y escribir”.

Los arrieros que encontraban en los caminos les fueron enterando que los federales estaban en Zacatecas, el último reducto del gobierno de Huerta. En Fresnillo, Pánfilo Natera que estaba al frente de los revolucionarios, acogió a Demetrio quien llegó con cien hombres. La palabra “Villa” alborozaba a los revolucionarios, se narraban sus proezas, sus actos de magnanimidad seguidos por hazañas bestiales, “el bandido-providencia, que pasa por el mundo con la antorcha luminosa de un ideal: ¡robar a los ricos para hacer ricos a los pobres! Y los pobres le forjan una leyenda que el tiempo se encargará de embellecer para que viva de generación en generación”.

En todas partes se repetían las escenas: a la llegada de los revolucionarios las familias huían. Los trenes se colmaban de personas. Las escuelas se convertían en cuarteles. Faltaban carruajes. Columnas que marchaban a caballo y a pie. La turba se desenfrenaba, saqueaban pueblos, haciendas, rancherías, hasta los miserables jacales.

Después de los combates, en interminables borracheras de tequila y cerveza, se escuchaban los alardes de quién había matado a quién, “Yo maté… El tema es inagotable”. Entraban a casas, agarraban sin pedir licencia, eran sus “avances”, el “yo robé” de la turba. “¡Qué hermosa es la revolución, aun en su misma barbarie! dice un personaje.

Demetrio fue ascendido a general y tenía que ir a Aguascalientes.

“—¿Oiga, curro, ahora que lo estoy pensando, yo qué pitos voy a tocar a Aguascalientes? —A dar su voto, mi general, para presidente provisional de la República. —¿Presidente provisional?… Pos entonces, ¿qué… tal es, pues, Carranza?… La verdad, yo no entiendo estas políticas…”

“Como los potros que relinchan y retozan a los primeros truenos de mayo, así van por la sierra los hombres de Demetrio. —¡A Moyahua, muchachos! —A la tierra de Demetrio Macías. —¡A la tierra de don Mónico el cacique!”

“A la cabeza de la tropa va Demetrio Macías con su estado mayor: el coronel Anastasio Montañés, el teniente coronel Pancracio y los mayores Luis Cervantes y el güero Margarito. Siguen en segunda fila la Pintada y Venancio, que la galantea con muchas finezas, recitándole poéticamente versos desesperados de Antonio Plaza”.

“La Pintada azuzó su yegua negra y de un salto se puso codo a codo con Demetrio. Muy ufana, lucía vestido de seda y grandes arracadas de oro”.

“Demetrio también vestía de gala: sombrero galoneado, pantalón de gamuza con botonadura de plata y chamarra bordada de hilo de oro”.

“—Nosotros vamos a hacer la mañana a casa de don Mónico —pronunció”.

 

Andres Pérez, Maderista de Mariano Azuela, está considerada como la primera novela de la Revolución Mexicana. Publicada en 1911. https://www.lanovelacorta.com/novelas-en-transito/andres-perez-maderista.pdf

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Mariano Azuela (Lagos de Morenos, Jalisco, 1873- 1952)

Mariano Azuela. Los de abajo. Passerino Editore. 2023. 189 págs. Ed. Kindle.