George Washington Caucamán
“Lo bueno breve dos veces bueno”. En pocas páginas, la maravillosa prosa de Luis Sepúlveda cuenta historias entrañables, crea ambientes naturales sorprendentes que evidencian su amor y preocupación por la naturaleza, y nos entrega el alma de sus personajes.
En su introducción a su novela corta Hot Line (2002) “…a manera de prólogo…”, Luis Sepúlveda (Chile, 1949-2020), escribió que su historia nació entre los bosques de la Patagonia, que ahí platicó con un hombre mapuche que aceptó que él era escritor, y el escritor, (él mismo), aceptó que el mapuche era policía, “detective del cuerpo de lucha contra el cuatrerismo, para mayor precisión”. La novela se publicó originalmente durante seis días en un periódico español.
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“A la hora precisa del alba el detective George Washington Caucamán movió las aletas nasales, dejó que ellas le orientaran los ojos y las orejas… Pampero también confió en su nariz y, conocedor de los hábitos del jinete, inclinó la cabeza al escuchar el tenue roce de la escopeta Remington saliendo de la funda”.
El detective rural George Washington Caucamán es un gran personaje. Las conjeturas que se va planteando se basan y contrastan con sus experiencias en los ambientes naturales de su Patagonia.
George Washington Caucamán era un detective rural, mapuche, en la zona de los Andes de Patagonia. Combatía a los cuatreros, esto es, a los ladrones de ganado y caballos.
Se enfrentó con su escopeta Remington a un joven que comandaba a otros dos cuatreros. El joven “no era un cuatrero pero sabía lo que hacía”, sacó una metralleta, George Washington Caucamán disparó su Remington. “El hombre salió despedido hacia delante como si le hubieran asestado una brutal coz en las nalgas”. El joven era Manuel Canteras, el hijo del general Canteras. El detective rural le había volado “la mitad del culo”.
Se le sancionó sacándolo de sus bosques y trasladándolo a la capital a una plaza en la comisaría de investigación de delitos sexuales. Sus colegas eran seis mujeres que lo miraban con desconfianza, la morena con una Browning pegada a su cintura le dio un escritorio en el pasillo, un teléfono y una grabadora para grabar las denuncias que hacían mujeres maltratadas.
Anita Ledesma es la taxista que lo llevó a la pensión donde se hospedó. Le dio su teléfono, luego lo paseó por Santiago. “—Vamos a un lugar cerca del cielo —dijo Anita y puso en marcha el taxi. En la cumbre del cerro San Cristóbal se sintieron alegremente solos. A unos cientos de metros más abajo las faldas del monte desaparecían, se hundían en la nube de gases que lo cubrían todo y la cumbre adquiría la dulce irrealidad de un cuadro de Magritte. Pero ellos sabían que un poco más abajo estaba el parque zoológico, la enoteca, los jardines del barrio Bellavista, la ciudad triste y gris de agosto”.
La colega de la Browning le dio expedientes caratulados con la palabra hotline. George Washington Caucamán atendió a una pareja, la mujer le enseñó una factura de teléfono abultada, el esposo se había gastado un dineral en llamadas a mujeres. Otro día llegó una pareja, habían sido actores y estuvieron exiliados muchos años. De regreso a Chile, y sin poder trabajar por sus antecedentes, habían abierto una hotline, ella atendía por teléfono a los clientes, su esposo era el “técnico” que hacía los ruidos del ambiente según las fantasías del cliente. Todo iba muy bien con el prostíbulo virtual. Pero empezaron a recibir llamadas de alguien que no pagaba por escucharlos, sino para que ellos le escucharan.
George Washington Caucamán y Anita escucharon el casete que los actores le habían dado. La voz masculina se refería a los pervertidos, a los inmorales como traidores a la patria. En el fondo se oían gritos de personas. “—¡No! Son gritos de personas que están siendo torturadas. Conozco esos gritos porque pasé por el infierno. ¡Estuve dos meses en Villa Grimaldi! —gritó Anita”.
En Radio Tierra, una emisora de mujeres, realizaron una copia del casete que dio claridad a las voces del fondo. El detective rural recibió y escuchó más grabaciones con los audios de los horrores de un gobierno gobernado por un asesino.
Unos matones lo quieren asesinar se defiende y atrapa a uno de ellos. Lo obliga a que lo comunique con su patrón. Lo cita para el día siguiente a las siete de la mañana a los pies de la virgen del cerro de san Nicolás. Cuando llegó el general, el detective se metió el aparato en el bolsillo superior del saco. “Perdiste indio no hay nada que negociar”. “Salud general, se perder, los indios siempre hemos perdido, pero su hijo no va a recuperar el culo con mi muerte”.
El ruido de muchos pasos acercándose interrumpió el discurso del general, giró la cabeza, docenas de mujeres encendieron sus radios. Por las ondas de Radio Tierra se escuchaba la confesión digital del general Manuel Canteras, en un país en el que nadie se atrevía a poner una denuncia, porque esas cosas no ocurrían en Chile, porque la impunidad era la ley.
“Mira le dijo Anita Ledesma indicando el valle en que Pedro de Valdivia fundó Santiago de nueva Extremadura”.
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Luis Sepúlveda fue hijo de madre mapuche y padre militante del partido comunista. Estuvo encarcelado tres años durante la dictadura de Pinochet; le conmutaron la sentencia de 28 años por ocho de exilio. En 1988 publicó su gran novela Un viejo que leía novelas de amor. “El viejo”, Antonio José Bolívar Proaño, que vivía entre los indígenas Shuar, en la región amazónica del Ecuador, le pide al dentista Rubicundo novelas de amor para pasar su vejez.
Luis Sepúlveda. Ovalle, Chile, 1949-2020.
Luis Sepúlveda. Hot Line. Barcelona: Ediciones B. 2002. 94 págs. Edición de Kindle.
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