Leonardo Sciascia fue profesor, periodista, político y uno de los novelistas italianos más importantes del siglo XX. Gran conocedor de la política y de todas las corrientes que incidieron en su época, su gran tema es Sicilia y los sicilianos. El día de la lechuza es su primera novela en la que se aborda por primera vez el tema de la mafia. En el “Apéndice” a esta novela, Sciascia apunta que la había escrito en 1960, cuando el gobierno negaba la existencia del fenómeno de la mafia.
La novela empieza con el epígrafe “… como la lechuza, cuando de día aparece” (William Shakespeare, Enrique VI), que hace alusión a la lechuza, un ave de rapiña nocturna, seguido con el primer párrafo en el que se presenta el asesinato: “En la plaza de un pequeño pueblo siciliano, Salvatore Colasberna, socio de una pequeña empresa contratista y antiguo albañil, es asesinado cuando está a punto de subir al autobús que se dirige a Palermo».
Cuando el autobús estaba a punto de arrancar, llegó corriendo un hombre, el chofer abrió la puerta, se escucharon dos disparos y el hombre cayó; a tres metros de él un vendedor de tortas se alejó y cuando se le encuentra recordó haber visto “algo parecido a un saco de carbón apoyado en el cantón de la iglesia, y que de ese saco de carbón han salido dos fogonazos”. El cobrador (que “blasfemaba con inspiración”), corrió ´por los carabineros y por el brigada “negra la barba y negro de sueño”. El autobús ya se había vaciado de sus pasajeros.
El carabinero Sposito nota que no estaba el vendedor de tortas, ¿quiénes venían en el autobús? ¿había “milite” (milicianos, una organización paramilitar fascista)? ¿partisanos (guerrilleros)?
En la sala del cuartel de los carabineros esperaba una joven, quería hablar con el brigada, era la mujer de un podador que no era del pueblo. Su esposo, Paolo Nicolosi había salido de su casa al mismo tiempo que suponían el asesino huía por la calle y, suponían, pudo reconocer al asesino. Nada de fantasías, espeta Belloldi, pero ¿Y cómo se puede estar allí sin fantasía, si Sicilia es toda ella una dimensión fantástica?
El joven capitán Belloldi, “emiliano de Parma, republicano por tradición familiar y por convicción”, se queja de que en ese pueblo todo lo querían resolver con “anónimos”, de que si lo había matado un marido celoso, o de que si la empresa de Colasberna no había aceptado protección.
Bellodi le saca dos nombres a el ”confidente” del pueblo Calogero Dibella, alias Parrinieddu, un “hombre que había robado y cumplido una condena, que estaba con los mafiosos, que mediaba en los préstamos usurarios y ejercía de espía”, el de Ciccio La Rosa, o Saro Pizzuco y el de Mariano Arenas un hombre respetable para unos, jefe de la mafia para otros (¿el primer “padrino” de la ficción?).
Y en el Parlamento italiano se discute el asesinato de Colasberna. Había que impedir que “ —… Colasberna se convierta en un mártir del ideario comunista…, disculpe, socialista…, debe encontrarse enseguida al que le haya matado; inmediatamente, de manera que el ministro pueda responder que Colasberna ha sido la víctima de un asunto de intereses o de cuernos, y que nada tiene que ver con la política. —Las investigaciones avanzan bien. Se trata sin duda de un crimen de la mafia, pero sin implicaciones políticas. El capitán Bellodi… —¿Quién es Bellodi? —Quien está al mando de la compañía de C., está en Sicilia desde hace unos meses. —Ya; ahora caigo, hace tiempo que quería hablarle de este Bellodi. Es uno de esos, querido amigo, que ve mafia por todas partes; uno de esos septentrionales con la cabeza llena de prejuicios, que apenas bajan del transbordador empiezan a ver mafia por doquier… Y si él dice que a Colasberna le ha matado la mafia, estamos frescos… la cual, en opinión del Gobierno, no existía sino en la imaginación de los socialcomunistas.”
A cada cual lo suyo
Paolo Laurana
«ESTA CARTA ES TU SENTENCIA DE MUERTE, MORIRÁS POR LO QUE HAS HECHO» decía el anónimo que recibió el farmacéutico de un pequeño pueblo italiano. El farmacéutico desdeña la amenaza y, como todos los miércoles se fue de caza con el doctor Roscio. El miércoles “23 de agosto de 1964 fue el último día feliz que pasó el farmacéutico Manno en este mundo… once conejos, seis perdices, tres liebres”. El farmacéutico y el doctor Roscio, “juntos terminaron aquel feliz día de caza, a diez metros de distancia: el farmacéutico alcanzado en la espalda, el doctor Roscio en el pecho”.
Las autoridades están desconcertadas, difícil era el caso, un doble asesinato de dos personas honradas, de buena posición y familias influyentes, “el farmacéutico por estar casado con una Spanò, biznieta del Spanò de la estatua, y el doctor Roscio por ser hijo del profesor Roscio, oculista, y por estar casado con una Rosello, sobrina del arcipreste y prima del abogado Rosello”.
Paolo Laurana, profesor de italiano y latín en el instituto de la capital, observa que las letras con las que se compuso el anónimo habían sido recortadas del diario católico conservador “L’Osservatore Romano”, en cuyo logotipo se leía “Unicuique suum, (“A cada cual lo suyo”). Investiga y descubre que al pueblo sólo llegaban dos ejemplares, uno para el arcipreste y otro para el párroco de Santa Ana, al cual descarta. El arcipreste era tío de la mujer del doctor Roscio y en su casa vivía su sobrino soltero, el abogado Rosello.
Luisa Roscio “—Muy bella. —O quizá mucha mujer, «mujer de cama»… Alta, de pecho exuberante, desnudos los brazos hasta el tupido vellón de los sobacos, exhalando un aroma en el que un olfato más experimentado (y una naturaleza menos ardiente) habría distinguido el perfume Balenciaga del olor a sudor, por un momento dominó al profesor como la Victoria de Samotracia domina al que sube por las escaleras del Louvre”.
“—¿Y si fuera al contrario, que el farmacéutico hubiera muerto por culpa de Roscio?”. ¿Quién no pudo entender que era mejor “A cada cual lo suyo”?
Leonardo Sciascia (Racalmuto, Agrigento, Italia, 1921-1989)
Leonardo Sciascia. El día de la lechuza. España: Tusquets. 156 págs. 2009.
Leonardo Sciascia. A cada cual lo suyo. España: Tusquets. 192 págs. 2009.
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