Las constantes de Leonardo Padura (Cuba, 1955) son el desencanto, la resolución de los crímenes y las lecciones de Historia.
Mario Conde es su gran personaje. En Personas decentes Conde dice sentir una sensación de derrota más que de éxito después de haber resuelto los asesinatos. “La evidencia de que la justicia es necesaria, pero no necesariamente justa”. Y “la historia no se acaba nunca, pero mientras transcurre, va dejando lecciones que deben ser leídas”.
Padura narra sus historias desde un presente cercano, moviéndose en el tiempo, con una postura más desencantada que crítica. Sus narraciones son ficción, en contextos reales. Los detalles pudieron haber ocurrido.
El hombre que amaba a los perros. La utopía pervertida (2009)
En El hombre que amaba a los perros, la utopía comunista se trastocó en una “utopía pervertida”, como sucedió con el largo y oscuro complot para asesinar a Trotsky, el tema de esta novela.
Padura reconstruye varias historias: la de Iván, el narrador, cubano, que escribe un libro que nunca publica y que conocemos gracias a su amigo Daniel.
La historia del asesino, Ramón Mercader del Río, alias Jacques Monreal, alias Fran Jacson, alias Ramón Pavlovich López, alias Jaime López.
La historia de la víctima, Liev Davídovich, alias León Trotsky.
Los contextos son: la Cuba de Castro, la Guerra Civil Española, la Rusia de Stalin, la Rusia de los sesenta, y el México de Lázaro Cárdenas.
Padura presenta a un Ramón joven idealista, al Ramón cínico y al Ramón amargado. Se narran las conspiraciones preliminares al crimen, iniciadas en los últimos años caóticos de la Guerra Civil española. Las noticias del terrible genocidio estalinista y la vida en Moscú en los años sesenta. El exilio de Trotsky acompañado de su esposa Natalia, de secretarios, guardaespaldas y perros. Los crímenes de Stalin. El México de Diego Rivera y Frida Kahlo de los años treinta. Y el desolador retrato del derrumbe moral y físico de Cuba.
Iván había estado leyendo el cuento de Chandler que da nombre a esta novela, en una playa de La Habana en 1977, cuando tuvo su primer encuentro con Jaime López.
Mario Conde
Mario Conde quiso ser escritor, abandonó la carrera de psicología, durante diez años fue policía de la Policía Nacional Revolucionaria, y luego se dedicó a buscar libros en bibliotecas privadas para revenderlos; bebe ron barato y fuma compulsivamente. Es enamoradizo, su poca estabilidad se la dan sus amigos de siempre, y Tamara.
Las historias de la serie de Mario Conde suceden entre 1991 y 2022. Comprende los siguientes títulos: Pasado perfecto. Vientos de cuaresma. Máscaras. Paisaje de otoño. La cola de la serpiente. Adiós, Hemingway. La neblina del ayer. Herejes. La transparencia del tiempo. Cómo nace un personaje. Personas decentes.
La cola de la serpiente (2011)
La narración de La cola de la serpiente se sitúa en 1989, pero el narrador escribe desde un presente más cercano porque hay referencias a lo que sucedió en ese año y en otros posteriores.
La teniente Patricia Chion, mulata de madre negra y padre chino, seduce a Mario Conde para que lleve a cabo la investigación del sangriento asesinato de Pedro Cuang, un viejo emigrante chino que era un “cobrador” del Banco de apuntación, algo así como cobrador de apuestas, que por alguna razón logró quedarse con los cobros de un banquero. Para ello, Mario tendrá que entrar al barrio chino en La Habana, recurrir e investigar a otros chinos emigrados. Juan Chion es el padre de Patricia. Francisco Chiu es un personaje importante por su asociación con la Sociedad “Con Cun Sal” en la cual veneran al santo San Fan Con. “Huele a chino”, comentará constantemente Mario, al mismo tiempo que va descubriendo lo que queda de ese barrio y de sus habitantes sometidos, como todos los emigrantes “a la soledad, el desprecio y el desarraigo”.
En un momento de la novela, Padura hace que Mario lea los títulos de libros manoseados y acumulados sobre una silla: Islands in the Stream, de Ernest Hemingway, The Catcher in the Rye de J. D, Salinger, Conversación en la Catedral de Mario Vargas Llosa, El siglo de las luces de Alejo Carpentier y Fiebre de caballos, de Leonardo Padura. Cualquiera de esos libros, representa lo que él hubiera querido escribir, pero que en realidad había preferido vivir.
Herejes (2013)
«Conde comprobaría que en un rincón remoto del infinito, incluso las líneas más paralelas también encuentran su punto de coincidencia.”
Con las ilimitadas licencias de la novela policiaca, los personajes de Herejes cavilan y especulan sobre religión, libertad y albedrío y la posibilidad que tenemos de elegir. Entre largas reflexiones se cuentan exilios y holocaustos, crímenes y genocidios, historias judías y cubanas, y se comparan la mentalidad judía y la alemana.
Leonardo Padura mueve al lector entre 1643 y 2009. Su eje es una pintura (de Rembrandt), más bien un rostro (Cabeza de Cristo), más bien su modelo (Elías Ambrosio Montalbo de Ávila), un judío hereje que se atrevió a querer ser pintor en la Nueva Jerusalén (Ámsterdam) en el siglo XVII.
Siglos después, la pintura serviría para pagar el desembarco en Cuba de la familia Kaminsky (el padre, la madre y una hija pequeña), que huían de la Alemania nazi en 1939. En 1958 Daniel Kaminsky, el hijo sobreviviente, vio la pintura colgada en la sala de una mansión de un funcionario en La Habana. Y en 2008 Elías, el hijo de Daniel, pintor él mismo, viaja a Cuba para tratar de averiguar cómo llegó esa pintura a Londres para ser subastada en dos millones de dólares.
“El libro de Daniel”. Cuando la situación nazi empezó a alarmar a los judíos polacos, Daniel fue enviado a Cuba con el hermano de su padre Joseph Kaminski. En un día de mayo de 1939 el niño Daniel Kaminsky esperó inútilmente en el puerto de La Habana el desembarque de su padre Isaías Kaminsky, de su madre Esther Kellerstein y de su pequeña hermana Judith, judíos polacos de Cracovia que viajaban en el transatlántico S.S.Saint Louis. Los casi mil pasajeros judíos que huían del horror nazi no fueron autorizados a desembarcar y el transatlántico tuvo que abandonar aguas cubanas unos días más tarde. Muchos de ellos, como los padres y la hermana de Daniel, perecieron en los campos de concentración.
En la ficción de la novela, Isaías Kaminsky traía consigo la pequeña pintura de Rembrandt que había pasado de generación en generación en la familia Kaminsky y que esperaban serviría para negociar el desembarco de la familia. En 2007 Elías, el hijo de Daniel, ya nacido en Estados Unidos, viaja a la Habana para contratar a Mario Conde. Le cuenta que en Londres se había anunciado la subasta de una pintura de Rembrandt con el rostro de Cristo, la misma que aparece en las fotos de la familia, y que el vendedor había comprobado su autenticidad con un certificado fechado en Berlín en 1928, y otro en La Habana en 1940. Elías le dice que no le interesa la pintura por sí, sino conocer la causa de por qué sus abuelos no desembarcaron y por qué la pintura se quedó en La Habana pues su padre la había visto colgada en 1958 en casa de un alto funcionario del gobierno. También le contó que unos días después ese funcionario fue brutalmente asesinado y que su padre y madre abandonaron Cuba un mes más tarde. “Pero sobre todo” –le dice- “quiero saber por qué mi padre no recuperó el cuadro que le pertenecía, y más si hizo lo que parece haber hecho. Y donde coño estuvo metido ese cuadro todos estos años…”
Mario Conde tiene cincuenta y cinco años, sigue soltero, repite que fue diez años policía y veinte no y que sigue buscando libros en bibliotecas privadas para luego revenderlos.
En una escena memorable del libro, “Moribundos del futuro”, les grita a sus queridos amigos en una playa de La Habana al atardecer, “Yo vi cosas que los humanos no creerán. Vi naves de ataque incendiadas en Orán. Vi rayos cósmicos brillar cerca de la Puerta de Tannhäuser. Pero todo eso se perderá en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es tiempo de morir”. (Blade Runner).
Rembrandt (Rembrandt Harmenszoon van Rijn) (1606 – 1669)
circa 1648-56
Oil on oak, inserted into a larger oak panel – H. 33.7 cm; W. 28.9 cm – Signed bottom right: Rembran. / f. 1656 – John G. Johnson Collection, Philadelphia Museum of Art, Philadelphia, cat. 480. Philadelphia Museum of Art
Personas decentes (2022)
En el año de 2016 La Habana se prepara para la visita del presidente estadounidense Barak Obama, un concierto de los Rolling Stone y un desfile de Chanel.
En el año de 1910 los cubanos siguen con alarma la trayectoria del cometa Halley.
Mario conde está en sus sesenta. Yoyi, el dueño de “La dulce vida”, el restaurante de moda para turistas y cubanos ricos, lo ha contratado como jefe de seguridad. Y el coronel Manuel Palacio le pide ayude en una investigación criminal, todo el personal de la policía estaba designado en las medidas de seguridad.
Reinaldo Quevedo había muerto de un golpe en la cabeza. Le habían cortado el pene y 3 dedos de la mano derecha. Reinaldo Quevedo había sido un personaje perverso, furibundo represor de escritores y artistas cubanos. Parecía que el móvil había sido el robo de pinturas, tenía 86 años, “carajo a los bichos malos hay que matarlos sentenció Conde y en ese instante sufrió la punzada de una de sus premoniciones justo debajo de la tetilla izquierda en el sitio más preciso cuando esos avisos pretendían cumplirse”.
Conde le dice a Palacios “…Yo tengo un trabajo y estoy escribiendo o tratando… pero ahora es en serio encontré unos papeles sobre Yarini el chulo».
La parte de Alberto Yarini y Ponce de León está contada por el inspector Arturo Saborit. Son los papeles que Conde encontró. Yarini fue un joven de buena familia, educado, dueño de prostíbulos y aspirante a político. Fue asesinado el 21 de noviembre de 1910 en las calles del barrio de San Isidro de La Habana en un aparente duelo en el que también murieron su competidor Luis Lotto y una prostituta.
Hay más asesinatos presentes y pasados. Conde descubrió el robo del sello de Napoleón que Reinaldo Quevedo atesoraba, y esto lleva a la historia de un coleccionista de objetos napoleónicos y del museo napoleónico en Cuba . También hay una historia de amor, la de José José y de la poeta Natalia Poveda quien fue una de las muchas víctimas de la opresión de Quevedo.
Hay muchas personas decentes y también muchas maneras en que las personas decentes pueden degradarse hasta convertirse en criminales.
Como polvo al viento (2020)
No es un thriller. Cuenta las historias de un grupo de amigos, “el clan”, narradas entre secretos, investigaciones, preguntas, y con suspenso, ese elemento que Padura maneja bien. Hay un asesinato ¿o suicidio? Y tal vez se puede interpretar que hay un “macguffin”: la foto tomada en la casa de Clara, cuando los amigos se juntaron para festejar su cumpleaños en enero de 1990, cuando todavía eran jóvenes y felices, foto que Clara subiría a su perfil de Facebook veintiséis años después.
Padura hace de cada uno de esos amigos, “aquella generación nacida en los alrededores de 1959”, personajes cubanos paradigmáticos, ya sea porque se quedaron, los menos, o para los que salieron a Miami, Nueva York, Madrid, Barcelona y Puerto Rico.
“Adela, Marcos y la ternura” es el capítulo inicial. Es el año de 2016, Marcos abre su cuenta de Facebook en su casita de Hialeah al sur de Miami. Su madre, Clara, había colocado la foto de “el clan” en su página. Marcos muestra a Adela la foto y le va platicando sobre cada uno de los retratados. De Elisa Correa, dice que había desaparecido después del ¿asesinato o suicidio? de Walter.
Leonardo Padura. La Habana, Cuba, 1955.
Padura Leonardo. El hombre que amaba a los perros. México: Tusquets Editores. 2009. 573 págs.
Leonardo Padura. La cola de la serpiente. España: Tusquets. 2011. 192 págs.
Leonardo Padura. Herejes. España: Tusquets. 2013. 516 págs.
Leonardo Padura. Como polvo en el viento. Barcelona: Grupo Planeta. 2020. 639 págs. Edición de Kindle.
Leonardo Padura. Personas decentes. España: Tusquets. 2022. 448 págs.
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