Leonardo Padura es Cuba. Sus constantes son el desencanto, la resolución de crímenes, los enigmas y las lecciones que da la Historia.

Padura narra sus historias desde un presente cercano, moviéndose en el tiempo, con una postura más desencantada que crítica. Sus narraciones son ficción, en contextos reales. Los detalles pudieron haber ocurrido.

 Mario Conde es su gran personaje. En Personas decentes Conde dice sentir una sensación de derrota más que de éxito después de haber resuelto los asesinatos. “La evidencia de que la justicia es necesaria, pero no necesariamente justa”. Y “la historia no se acaba nunca, pero mientras transcurre, va dejando lecciones que deben ser leídas”.

Hace veinticinco años El hombre que amaba los perros me deslumbró. Luego me enamoré de Mario Conde que se quedó a la mano para siempre ser releído. Hoy Morir en la arena me ha vuelto a deslumbrar.

Morir en la arena

 Morir en la arena es una novela tremenda, que se caga en todo y en todos, sin decidirse en qué y en quién, porque existen muchas posibilidades acumuladas de tantos años viviendo entre la mierda existencial y la histórica. Una anti-saga en la que la única hazaña fue sobrevivir.

La novela empieza el primer día de la jubilación de Rodolfo Santiago Bermúdez Páez, sesenta y siete años. Su cuñada Nora le avisa que ya iban a soltar a su hermano. Ya solo quedaban ellos viviendo uno en la casa, otro en la casita.

A Eugenio Fermín Bermúdez Páez, Geni, Geni Mala Cara, Geni Caballo Loco, de setenta y un años, le faltaban dos años de prisión pero su cáncer ya era terminal. Regresaría a la casita.

Treinta años antes, el 22 de marzo de 1992 Geni “había concluido el debate martillando ocho veces, con lo que debía de haber sido una furia incontrolable y el drenaje de odios añejados, el cráneo de su padre hasta convertirlo en un amasijo de huesos, cartílagos y masa encefálica”.

Ese día había tenido un mal día, pero le sobraban los motivos, “era dueño de una rabia que se había enquistado en su alma y definiría su vida”.

Quintín y Flora habían tenido un hijo, Fermín y una hija Rosa, a la que casi no veían. Fermín se casó con Lola y tuvieron dos hijos, Geni y Rodolfo. Geni se casó con Nora y tuvieron a Violeta. Rodolfo se casó con Yolanda que los abandonó cuando su hija Aitana era muy pequeña. Todos habían vivido en la misma parcela, la casa y la casita, con un patio con una pared divisoria, con un árbol y una mesa.

La casa de los Bermúdez “siempre estaba allí, sin condiciones, sin opiniones, ni siquiera posibles”. Centenaria, de maderas carcomidas, de paredes sin pintar, con grietas, goteras, losas quebradas, ventanas que ya no abrían. En un barrio apartado del centro de la ciudad. El abuelo Quintín Bermúdez había comprado la parcela y con sus manos construyó la vivienda. El abuelo Quintín, cansado o temeroso del carácter violento de su hijo Fermín, taló un aguacatero y le construyó a Fermín y a su familia una vivienda. Nunca estuvo claro por qué Rodolfo se quedó a vivir con sus abuelos, “quizás fue esa decisión familiar la que contribuyó a marcar los rumbos vitales de uno y otro hermano, desde siempre tan diferentes”. Fermín, contra la voluntad de su padre Quintín, levantó en medio de la propiedad una barda de ladrillos de un metro sesenta de altura. En el patio, con un árbol generoso de mangos filipinos, quedó la larga mesa de madera, centro de reunión de la familia y los amigos.

La historia es contada por dos narradores, el omnipresente y el escritor Raymundo Fumero, compañero de escuela y única persona con la que Geni tuvo contacto en sus años de la cárcel. Padre de Humbertico, el empresario triunfador y “superbabalawo”, la otra cara de la moneda cubana, acaso como en todas las partes del mundo.

La maravillosa prosa de Padura está cargada del vocabulario de la derrota, de la descomposición, de la desesperanza.

Los personajes se presentan completos, profundos, entrañables. El parricida”, los padres del “parricida”, el hermano del “parricida”, la esposa del “parricida”, la hija del “parricida”, la sobrina del parricida.

 “Nadie supo, tampoco, de dónde salió y cómo llegó aquel martillo de herrero a la mesa de madera fabricada cincuenta años atrás por el viejo Quintín, la mesa que, desde aquel entonces, había estado y seguiría estando ubicada bajo el centenario mangal sobreviviente”

… ¿Por qué ni en el juicio, ni a Nora, ni a Fumero, ni a ti les ha querido contar nunca lo que pasó esa noche? Piensa, Rodolfo, piensa”.

En “…este lugar, además de Fermín y Geni también estaba Lola. Y que yo sepa, Geni no andaba con un martillo encima. Un martillo de herrero que no se sabe de dónde salió, por cierto… Y, sí, estaba cabrón, le dolía el brazo quemado, pensaba que Nora lo iba a soplar, se había metido unos tragos, volvió a decir que iba a matar a Fermín, pero no andaba por el mundo como Raskólnikov con un hacha debajo de la gabardina…”

Cuba, la casa, la casita, el patio con su mesa, una familia.

Y una maravillosa historia de amor.

ETIQUETAS: FAMILIA. AMOR.

Leonardo Padura (La Habana, Cuba, 1955)

Leonardo Padura. Morir en la arena. Barcelona: Tusquets Editores. 2025. 394p. Kindle.

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El hombre que amaba los perros (2009)

La cola de la serpiente (2011)

Herejes (2013)

Como polvo al viento (2020)

Morir en la arena (2025)