Don José

Todos los nombres (1997) de José Saramago (Portugal, 1922-2010), es una gran obra de la literatura portuguesa y universal que trata sobre la identidad del ser humano y el significado de la vida, en un ambiente burocrático paralizado. Subyace su estructura que comparte con la novela negra: el enigma de la mujer desconocida, la investigación obsesiva del escribiente detective, y el suspenso, sublime diría yo, que Saramago va creando en torno a la investigación.

Todos los nombres  están en la Conservaduría General del Registro Civil, los nombres de los vivos, y los nombres de los muertos.

La maravillosa prosa de José Saramago (Nobel de Literatura 1998), hace protagonista a su narrador omnisciente, que describe, opina, habla y cuestiona al personaje-protagonista, don José, un escribiente de la Conservaduría.

Todo en don José era modesto y frugal. Tiene cincuenta y dos años y la mitad de ellos había sido un humilde escribiente. Era soltero, solitario, desaliñado. Su oficio en la Conservaduría le permitía “vivir” para conservar y aumentar el único motivo de su vida, su colección de “personas famosas”. Ya tenía ciento cuarenta y tantos expedientes de personas célebres o famosas, “como otros coleccionan otras cosas”. Y “Sin importar porqué eran célebres”. En ellos recogía noticias, vestigios, recortes de periódicos y revistas de noticias e imágenes de sus personajes famosos.

El narrador nos cuenta que siglos atrás se habían construido pequeñísimas viviendas para los funcionarios, dispuestas a lo largo de las paredes laterales de la Conservaduría y con dos puertas, la principal, que daba a la calle, y otra interior que comunicaba a las viviendas con la enorme sala de los archivos. Por un cambio en las ordenanzas de la ciudad se derribaron esas viviendas, excepto una que se conservó como memoria histórica. En esta casa vivía Don José. Le advirtieron que no podría abrir la puerta interior, y que debía entrar por la puerta principal, pero se les olvidó pedirle que entregara la llave de esa puerta.

El narrador describe la pequeñísima y humilde vivienda de don José frente a la inmensa complejidad de la Conservaduría. Casi sentimos el olor del papel viejo y observamos el trabajo de los ocho escribientes, los cuatro oficiales, los dos subdirectores y el jefe, el Conservador.

En las noches, cuando ya no había ni oficiales ni trabajadores de limpieza, Don José abría la puerta interior y entraba con una pequeña linterna. «Que no lo sorprendan», pensamos atemorizados los lectores, mientras él recorría los archivos y ficheros, divididos en dos espacios, adelante el de los vivos, en la parte trasera el de los muertos. Como los archivos crecían sin parar, se tiraron paredes para aumentar el espacio de los estantes y anaqueles gigantes. Sentimos el miedo de don José al recorrer los espacios que se hacían obscuros y laberínticos conforme avanzaba, atiborrados de anaqueles, archivos desorganizados y de difícil consulta, el olor era cada vez más intenso, el aire más denso, y posiblemente, imaginaba, lleno de ratas, telarañas, alimañas. En una ocasión un investigador había desaparecido en ese laberíntico espacio por una semana, lo que obligó a los escribientes a utilizar “el hilo de Ariadna” para adentrarse en ellos.

El azar hizo que se traspapelara la ficha del registro de nacimiento de una mujer desconocida (esto es, “no famosa”). Don José la leyó varias veces y la reprodujo antes de colocarla de nuevo en el archivo de la Conservaduría. Quería saber todo de ella.

Con la paciencia y la obsesión del buen detective, emprendió la búsqueda de la mujer. Sólo conocía los datos de la ficha, había nacido 36 años antes, se había casado y divorciado.

El narrador relata y opina sobre todas las acciones de la investigación que don José fue realizando y apuntando en su cuaderno. El narrador le formulaba preguntas y don José respondía. El narrador le advertía de los riesgos a los que se enfrentaba. Pero don José más se obsesionaba.

¿Qué motivos desconocidos “metafísicos” dice el narrador, hicieron que don José copiara la ficha de la mujer desconocida?

Don José salió a buscarla. Se trasladaba en autobús, taxi o caminando, muchas veces bajo la lluvia. En la dirección anotada en el registro de su nacimiento estableció una relación con “la señora mayor del entresuelo derecha”, una viuda, solitaria y enferma, era la madrina de la desconocida. Había perdido contacto con la familia, pero le dio el nombre de la escuela donde había estudiado. Don José interrogó a los dependientes de los negocios cercanos, siguió las pistas que se le fueron presentando, saltó los obstáculos. Una noche entró a la escuela y encuentra una fotografía.

Don José lloró cuando creía que había agotado todas las opciones de su búsqueda. En su casa, recostado en su cama, en un “imaginario y metafísico diálogo con el techo” le preguntaba al techo de estuco qué hacer, “la sabiduría de los techos es infinita, sigue mirándome, a veces da resultado”.

Don José estaba en la Conservaduría copiando en las fichas los registros recientes de defunción. Su señora desconocida había fallecido.

José de Sousa Saramago. Azinhaga, Portugal, 1922-2010.

José Saramago. Todos los nombres. España: Alfaguara. 2010. 306 págs. Edición de Kindle.