Si el asesinato de Julio César es el primer asesinato famoso de la Historia, Brutus es el primer asesino famoso.

Francisco de Quevedo y Villegas* (Madrid, 1580-1645) escribió la Vida de Marco Bruto (1639-1644). Fue poeta, narrador, dramaturgo, escritor de textos filosóficos y humanísticos. Dejó una obra extensa, múltiple, excelsa.

Quevedo llamó a su Vida de Marco Bruto, una “glosa”, una explicación o interpretación de la biografía de «Marco Bruto» de Plutarco (Vidas Paralelas, entre 96 y 117). La obra va presentando síntesis de partes del “Texto” de Plutarco, seguidos por su interpretación a la que llama “Discurso”. Está compuesta de tres secciones: “Vida de Marco Bruto”, “La cuestión política” y las “Suasorias** sexta y séptima de Séneca el retórico”.

La glosa de Quevedo presenta la vida de Marco Bruto. La conspiración y el asesinato de Julio César se narra desde el enfoque o la perspectiva de la personalidad del asesino, de Marco Bruto. En la versión de Quevedo, Brutus aparece como un paladín de la democracia, para quien había que detener la aspiración de Julio César de coronarse rey, de limitar al Senado y convertir a la República en una Monarquía. Brutus deja de ser un vil parricida y tiranicida. Julio César fue un tirano, su asesinato representó una inmolación en aras de la libertad, por lo tanto, fue legítimo.

Además, para Quevedo, Brutus era hijo de la unión de su madre Calpurnia y Julio César.

Lo anterior es el sentido de la parte de la glosa terminada en 1637. Sin embargo, en la parte final que entregó a la imprenta en 1644, entre párrafos, Quevedo escribió que César había sido un buen tirano, y su muerte, lejos de liberar a la patria, le infirió daño irreparable.

En el poema “Una elegante enseñanza de que todo lo criado tiene su muerte en la enfermedad del tiempo” Quevedo escribió:

Falleció César, fortunado y fuerte;
ignoran la piedad y el escarmiento
señas de su glorioso monumento:
porque también para el sepulcro hay muerte.” (Quevedo, 1994 p.7)

La grandeza de Quevedo es verbal” escribió Jorge Luis Borges (1994, ix). La palabra fue su instrumento con el cual su naturaleza crítica y antitética engrandeció el ideal republicano del tiranicida, y menoscabó el ideal reformista del asesinado. Por su pertinencia, la obra quevediana ha sido y sigue siendo objeto de numerosos estudios hasta nuestros días***. Al respecto destaco lo siguiente:

– Quevedo fue excelso en el manejo de la retórica, esto es, del “arte de bien decir, de dar al lenguaje escrito o hablado eficacia bastante para deleitar, persuadir o conmover” (DRAE).
– Quevedo usó los recursos de retórica o “tropos”, esto es, “el empleo de una palabra en sentido distinto del que propiamente le corresponde, pero que tiene con esta alguna conexión, correspondencia o semejanza” (DRAE). Ejemplos de tropos: metáfora, metonimia, alegoría, símil, sinécdoque, paradoja, oxímoron, contradicciones, antítesis, etcétera.
– Escribía para convencer o persuadir.
– Usó las palabras para contrastar lo bueno con lo malo, y convertir lo malo en bueno y lo bueno en malo.
– Utilizó su pluma satírica y mordaz como un arma eficaz para adular a quien lo protegía o para envilecer a adversarios reales o supuestos.

Vida de Marco Bruto

Discurso
[Transcripción de una selección de párrafos sobre la parte del ataque, pequeña muestra de la elevada prosa quevediana]

“Los que para hacerle aborrecible le añadieron corona, dignidad y poder, para matarle le prendieron con la adoración, le cercaron con las reverencias, y le cegaron con los besos.
Más homicidas fueron aquí los abrazos que los estoques..
Las caricias en los palacios hacen traiciones y traidores; y cuando son menos malas, son prólogos de la disimulación.
Tan desnuda anduviera la mentira como la verdad, si la lisonja no la vistiera de todos colores. Es la tienda de todos los aparatos del engaño, de todos los trastos de maldad. En ella halla espadas la ira, máscaras el enojo, caras la traición, novedades el embeleco, disfraces la asechanza, joyas el soborno, galas y rebozos la ambición, la maldad puestos, y la infamia caudal…»

[Dentro de la curia, con el Senado reunido]

«En tanto que estuvo sentado, se le arrodillaron; en «levantándose, se levantaron para derribarle.
Quitole Tilio Cimbro la toga de los hombros, y luego Casca el primero le dio por las espaldas la primera puñalada. Rey que se deja quitar la capa, da ánimo para que le quiten la vida. Los que cara a cara le desnudan, dan la señal a los que están detrás para que le maten.
Esta primera herida, que dice Plutarco que no fue de peligro, fue la mortal, con ser la primera, pues dio determinación a las otras. Quien empieza a perder el respeto a los reyes, los acaba por todos los demás que le siguen. Es reo de lo que hace y de lo que hace que hagan. «Asió César a Casca la mano con el puñal por la guarnición, y con grande voz le dijo en latín: Malvado Casca, ¿que haces?»
¡Oh ceguedad de los tiranos! ¡Ven al que los desnuda delante, y al que los hiere detrás, y pregúntanles lo que hacen!…
Tiene César en la mano la empuñadura de la espada que le hirió, y la punta en la espalda, y pregunta gritando al homicida lo que hace, habiéndoselo dicho el golpe y la sangre.
Achaque es de la majestad descuidada preguntar al que le destruye, y no creer al que le desengaña. Si los reyes preguntaran a sus heridas, y no a los que se las dan, tuvieran noticia de su defensa.
César volvió a mirarlos y vio que todos con las espadas desnudas juntos le embestían; mas, viendo que con el puñal desenvainado le acometía Marco Bruto, cubriéndose la cabeza con la toga, se dejó a la ira de los enemigos. Suetonio escribe que le dijo en griego: «Y tú entre éstos? ¿Y tú, hijo?».
¡Qué mal atenta, y cuán desacordada es la hora postrera de los tiranos!
Todos o los más acaban diciendo requiebros a quien los mata.
¿Qué otra cosa puede suceder al que llega con su pecado hasta su muerte?
Era Marco Bruto su pecado, hijo (así lo entendía César) de su adulterio; ¡y admírase de que un hombre pariente de su delito esté entre los que le hieren, y llama hijo al que es cabeza de los conjurados contra él!»

«Luego que vio a Bruto contra su persona, desamparó su defensa. En esto mostró buen conocimiento, aunque tardo, pues se dio por muerto sin remedio cuando vio armada contra sí a la ingratitud.
Cubriose la cabeza: lo propio hizo Pompeyo cuando vio irremediable su muerte en la espada traidora de Achilas.
Era ésta una superstición de los gentiles para que no viesen con las ansias naturales fea los enemigos su muerte. Llegaba el punto de su valentía hasta no querer que viese alguno los sentimientos forzosos del cuerpo ni los ademanes del fin de la vida.
Pondera Suetonio que cuando cayó, por caer decente se cubrió con la propia toga los pies. Advertencia para caer bien y para morir a escuras, no es advertencia del juicio, sino circunstancia del yerro.
Mejor es mirar por los pies para que no caigan, que dejarlos caer y mirar porque no se vean. Cubrirse de pies a cabeza con la toga, fue hacer la toga mortaja. Cuidar de menudencias para después de muerto, y no de los riesgos para no morir, quiere ser piedad, y no sabe; quiere parecer advertencia, y no puede: pretendió ser recato honesto, y quedose en melindre castigado”.

«Muerto César en la forma que hemos dicho…

“Grave delito es dar muerte a cualquier hombre; mas darla al rey es maldad, execrable, y traición nefanda no sólo poner en él manos, sino hablar de su persona con poca reverencia, o pensar de sus acciones con poco respeto. El rey bueno se ha de amar; el malo se ha de sufrir. Consiente Dios el tirano, siendo quien le puede castigar y deponer, ¿y no le consentirá el vasallo, que debe obedecerle?
No necesita el brazo de Dios de nuestros puñales para sus castigos, ni de nuestras manos para sus venganzas.
Huyeron estos homicidas al Capitolio por asegurarse, y entran en el Capitolio consigo en su delito su persecución. La sangre de César, que llevaban en sus manos, les iba retando de traidora la de sus venas. Llamaron, para ampararse con buen nombre, al pueblo a la libertad, palabra siempre bienquista de la multitud licenciosa.
Y Marco Bruto, conociendo por los semblantes de los que habían concurrido, que la hacían buena acogida, descubriéndose animoso, dijo»:

«Oración primera de Bruto»

«Pueblo romano: Julio César es el muerto; yo soy el matador: la vida que le quité es la propia que él había quitado a vuestra libertad. Si en él fue delito tiranizar la república, en mí ha de ser hazaña el restituirla. En el Senado le di muerte, porque no diese muerte al Senado. A mano de los senadores acabó; las leyes armadas le hirieron: sentencia fue, no conjuración. César fue justiciado, y ninguno fue homicida. En este suceso sólo podrán ser delincuentes los que de vosotros nos juzgaren por delincuentes. Yo no retraje al Capitolio mi vida, sino estas razones; porque, en habiéndolas oído, os agraviara si os temiera».

En la parte de “Preliminares” Quevedo citó “El Juicio que de Marco Bruto hicieron los autores en sus obras”, entre ellos Cicerón, Séneca, Quintillano, Tácito, Tito Livio y Dante****.

La opinión de dos escritores contemporáneos:

“El prestigio de Bruto, como tiranicida ·eficaz, perduraría corrosivamente peligroso mientras pervivió la generación enterada por referencias directas o inmediatas de su hazaña inolvidable. Pero a principios de la segunda centuria de nuestra era, la gesta heroica se había convertido ya en un mito legendario, de los que denominamos hoy románticos” (Maura, 1945)

 “¿Qué opinaba D. Francisco de Quevedo acerca del drama superhistórico de los idus de marzo?
…César era un tirano y su inmolación en aras de la libertad fué, por ende, legítima. La culpa de Marco Bruto no consistió en la perpetración del crimen, sino en la frustración del designio».  (Azaustre, 2017)

Notas:
*Francisco de Quevedo y Villegas. Su instrumento fue el lenguaje.  Fue valido (favorito) del conde duque de Olivares, valido a su vez del rey Felipe IV de España. Su vida fue turbulenta, recibió tantas prebendas como persecuciones, cárcel y destierros.
Figura central del llamado Siglo de Oro español (siglos XVI y XVII) en el que florecieron el pensamiento, las letras y el arte. En el campo de las letras sobresalen dos estéticas barrocas: el conceptismo (concisión, uso de agudezas y conceptos, asociación ingeniosa de ideas) y el culteranismo (lenguaje metafórico, cultismos, neologismos, latinismos, sintaxis compleja, ornamentación). El primero representado por Francisco de Quevedo y el segundo por Luis de Góngora y Argote. Es célebre el encono que hubo entre ambos escritores.

**La suasoria era un género retórico consistente en una discusión “sobre lo que debía o no hacerse en una determinada situación. (DRAE: “suasoria, perteneciente o relativo a la persuasión o propio para persuadir”; antónimo: adj. disuasorio; v disuadir)

*** Quevedo siempre ha sido objeto de estudio. En nuestro siglo la Universidad de Navarra publica “La Perinola”, “Revista anual de investigación quevediana” que en 2024 ha llegado al número 28.
Un siglo después, los ideales republicanos hacen que J.J. Rousseau (1712-1778) coloque el busto de Brutus en las asambleas deliberantes. Entre los germanos, el poeta alemán Friedrich Gottlieb Klopstock (1724-1803) introdujo una “brutofilia” delirante (Maura, 335-351)
¡Oh nombres! nombres! festivo, como un canto de victoria!
¡Cuéntale! Hermann! ¡Klopstock! ¡Bruto! Timoleón!
Oh tú, a quien Dios dio un alma libre,
¡Llama enterrada en el corazón de bronce!”
Estrofa del poema La Libertad de Friedrich Leopoldo zu Stolberg-Stolberg (1750-1819)

****Cicerón (106 a.C. – 43 a.C.).
“Siempre amé, como sabes, a Marco Bruto, por su ingenio sumo, suavísimas costumbres, singular bondad y constancia; empero en los idus de marzo tan grande amor añadió al que le tenía, que me admira hubiese lugar de aumentar la afición que a sus méritos, en mí, parecía no poder ser mayor”.
Libro 14 de las Epístolas a Ático, epístola 17.

Veleyo (c19 a.C.-c31d.c.).
“Fue, empero, Casio tanto mejor capitán, cuanto varón Bruto. De los cuales más desearas a Bruto por amigo, y más temieras a Casio por contrario: en el uno era mayor fuerza, en el otro mayor virtud. Los cuales si vencieran, cuanto importara a la república más que reinara César que Antonio, tanto fuera más útil tener a Bruto que a Casio”.
Libro 2 de su Historia.

Séneca (4 a.C. – 65 d.C.).
“Suélese disputar de Marco Bruto, si por ventura debió recibir la vida del Divo Julio, supuesto había determinado darle muerte. La razón que siguió en dársela, otra vez la trataremos. Cuanto a mí, si bien en otras corsas fue gran varón, en este hecho vehementemente juzgo que erró, y que no se gobernó según la dotrina estoica; porque o temió el nombre de rey (cuando debajo del poder del rey justo se juzga el mejor estado de la república), o allí esperó había de haber libertad…
¡Oh cuánto olvido le embarazó, u de la naturaleza, u de su ciudad, pues muerto uno, creyó faltaría otro que quisiese lo propio! ¿Pues no se halló Tarquino, después de tantos reyes muertos, con hierro y rayos? Empero debió recibir la vida; mas por esto no le había de tener en lugar de padre al que por la injuria había venido al derecho de dar el beneficio. Porque no le guardó quien no le dio muerte: no le dio beneficio, sino licencia”.
Libro 2 de los Beneficios, cap. 20.

Quintillano (35-96).
“Porque me persuado que Calvo y Asinio, y el propio Cicerón, eran acostumbrados a invidiar y aborrecer, inficionados de todas las enfermedades humanas; solamente juzgo que, entre todos éstos, Bruto descubrió el juicio de su ánimo, no con malignidad ni con invidia, sino con simplicidad ingenua. El juicio de Suetonio y de los demás historiadores en César dejo por remitirme al contexto de su obra, de que habla cada uno, conforme su dictamen, con afición o aborrecimiento de Marco Bruto”.
Diálogo de los oradores, citado por Tácito, cap. 25.

Lucio Anneo Floro (c74).
¿Quién no se admirará que a lo último los sapientísimos varones no usasen de sus manos, sino el que advirtiere que aun esto no les faltó de consideración, por no violar sus manos, usando con su juicio de la ajena maldad en la muerte de sus santísimas y piadosas vidas?
Libro 4, cap. 7, de la Guerra de Casio y Bruto

Cornelio Tácito (c55-c120).
“A este mismo Casio, a este Bruto, nunca los llama ladrones y parricidas, vocablos que ahora los aplican: muchas veces los llama varones insignes”.
Libro 4 de los Anales, parágrafo 34, habla de los varones que alabó Tito Livio.

Aurelio Víctor (320-390).
“Marco Bruto, imitador de Catón, su tío, aprendió en Atenas la Filosofía, y en Rodas la elocuencia. Fue amante de Citeride, representanta, en competencia de Antonio y Gallo. No quiso pasar a la Galia por cuestor, reverenciando el parecer de todos los buenos, que lo contradecían. Estuvo en Cilicia con Appio Claudio, y siendo éste acusado de sobornos y hurtos del erario, Bruto no tuvo nota aun de una palabra. Fue traído por Catón desde Cilicia a la guerra civil, en que siguió a Pompeyo, y luego que con él fue vencido, tuvo el perdón de César; y procónsul, gobernó la Galia: al fin, con otros conjurados, dio en el Senado muerte a César. Y inviado a Macedonia por la invidia de los soldados viejos, vencido por Augusto en los campos filípicos, dio la cerviz a la espada de Straton.
Cayo Casio Longino… En la guerra civil, general de la armada, siguió a Pompeyo: fue perdonado por César; empero contra el mismo César fue autor de los conjurados con Bruto; y dudando uno aquel día en herir a César, le dijo: «Hiérele, y sea por mis entrañas.»
De Viris Illustribus Romae. De los Varones ilustres.

Dante.
Quevedo opina que “El Dante sigue contraria opinión, y pone a Casio y a Bruto con Judas, no sólo condenándolos por traidores, sino por pésimos traidores. Desto fue causa el ser Dante de la facción gibelina y de los emperadores”.
Canto 34 y postrero del Infierno.

 

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Francisco de Quevedo (1639-1644)

Francisco de Quevedo. Vida de Marco Bruto. Alicante, España: Espasa Calpe. Biblioteca Virtual Miguel Cervantes. 2002.  https://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmcc8287

https://www.cervantesvirtual.com/obra/vida-de-marco-bruto–0/

Gabriel Maura Gamazo. Duque de Maura. La última obra malograda de Quevedo, Boletín de la Real Academia Española, XXIV, 1945, pp. 335-351. https://apps.rae.es/BRAE_DB_PDF/TOMO_XXIV/CXVI/DuquedeMaura_335_351.pdf

Jorge Luis Borges en su Introducción a Francisco de Quevedo. Poesía. México: Sepan Cuantos, Porrúa. 1994. 367 p, pix.

Antonio Azaustre Galian. La argumentación retórica en cuatro obras políticas de Quevedo:Grandes anales de quince días, Mundo caduco y desvaríos de la edad, Política de Dios y Primera parte de la vida de Marco Bruto, en La Perinola. Universidad de Navarra. 2017. (151-206) https://revistas.unav.edu/index.php/la-perinola/article/view/9597/8359