“—Guarda tu diznidá para otra, ¿estamos? Lo que es tú te encuentras ya registrada y numerada, ni más ni menos los coches de alquiler, pongo por caso… me perteneces a mí, tanto como a la policía o a la sanidad”.
Santa (1903) de Federico Gamboa (CDMX, 1864) narra la vida de una prostituta a principios del siglo XX en la ciudad de México. “Best-sellerismo” la califica Adriana Sandoval en su prólogo a la edición que leí. “Longseller”, extraordinaria, sublime, digo yo.
El título de la novela acaso es un oxímoron, del binomio “santa” y “prostituta”.
La historia que se narra se engrandece por la bellísima prosa que describe los ambientes, las contrastantes personalidades de los personajes, —Santa e Hipólito—, la legalidad, un poco de moral y de la sanidad. Sus profundas reflexiones enmarcan lo narrado en la perspectiva de la época.
La prostitución en Santa es una transgresión que no alcanza a expiarse con la muerte. La sordidez de la prostitución es camuflajeada por la riqueza del vocabulario, las metáforas, metonimias y alegorías. Las transgresiones de Santa son contadas con un refinamiento de lo vulgar que nunca cae en la pornografía.
Santa vivía con su madre y sus dos hermanos mayores en una casa pobre en el pueblo de Chimalistac. En “la hora melancólica” fue “desflorada” por el alférez Marcelino Beltrán y luego abandonada. El aborto en el río y el grito de Agustina“—¡Vete, Santa!… —ordenó la madre mancillada en sus canas—, ¡vete!… que no puedo más…” inician su historia.
Su éxito en el burdel de doña Elvira en la ciudad de México es presentada más en el detalle de la camadería y de su vida personal, íntima, en sus baños y arreglo, en su vestimenta y sus alhajas, que en su cama. “...rizándose el cabello suelto; operación que llevaba a cabo en una silla frente a la luna de su tocador americano, las tenazas calentándose en la bombilla de su encendida lámpara de petróleo, y ella, Santa, muy escasa de ropas, su bata y otras prendas en la cama; recién bañada, según se colegía de la amplia bandeja con jabonadura, que en el suelo descansaba, y de un olorcito a agua de Colonia, que flotaba por el cuarto”.
El “Jarameño”, el torero español con cierta fama que la invitaba al Tívoli a almorzar y a los salones de baile, la sacó del burdel, la llevó a vivir a la casa de huéspedes de la Guipuzcoana. “Sin dificultades ganó Santa en este primer encuentro; en sus redes de prostituta elegante, añadidas y a trechos rotas de tanto servir, cautivó aquel montón de aventureros y de horteras”. Dos meses duró la “broma”. El torero quiso matarla cuando la encontró con el catalán Ripoll, el constructor de submarinos.
A su regreso al burdel, “Santa se arrepentía de haber engañado a “El Jarameño”. ¿Por qué engañarlo si él queríala tanto?, ¿por qué renunciar al proyectado viaje a España, el viaje que habría de haberse llevado a cabo ni más ni menos que un viaje de novios?…”
Santa era la preferida del público, la mimada, la reina. Con habitación propia, “un chorro de pesos y de hombres en su cama”.
Cuando el cliente rico quiso ponerle casa, Santa vislumbró los “horrendos celos retrospectivos”, que nada borrarían las “ajenas caricias y de los besos de otros”.
Cuando el cliente sacó la pistola y hubo un muerto en el burdel, las prostitutas comparecieron como testigos “De bote en bote estaba el segundo salón de jurados; igual en la gradería destinada al público, que en la estrecha tribuna de la prensa”. Al regreso del juzgado, sin clientes, Santa tuvo por primera vez la extraña sensación de acostarse sola, así fuere por una cuantas horas.
“Igual a lo que se pudre o apolilla y que, a un momento dado, nadie puede impedirlo ni nada evitarlo, así fue el descenso de Santa: rápido, devastador, tremendo. Los sombríos círculos de la prostitución barata, los recorrió todos, apenas posando en ellos lo bastante para gustar su amargura infinita…”
Las escenas de su declive, su alcoholismo y la enfermedad, cáncer. Y siempre presente, la música del piano de Hipólito. “¡Qué lindamente tocaba y qué horroroso era!… Picado de viruelas, la barba sin afeitar, lacio el bigote gris y poblado, la frente ancha, grueso el cuello y la quijada fuerte”.
Santa, la novela, ha sido alabada, profusamente publicada, reseñada, y llevada al cine.
Ciento veintidos años después y en otro país, la película sobre Anora, otra prostituta, fue acreedora a los Óscares por la mejor película, actriz, director, guión y puesta en escena.
Santa, Anora, todas las escorts o prostitutas ¿merecían y todavía merecen finales tan terribles que superan al de otros pecadores criminales? Ni muertas logran su expiación.
Anora(2024)
Reseña escrita por Bárbara Briseño.
La película estadounidense Anora ganó el Oscar a la mejor película, mejor dirección (Sean Baker), mejor actriz (Mikey Madison), mejor guion original (Sean Baker) y mejor montaje (Sean Baker) en la ceremonia del dos de marzo de 2025.
La historia que narra la película es muy interesante. De una manera provocativa para el espectador (“provocativa” porque para muchos puede parecer “demasiado”) presenta, literalmente, un episodio de la vida de Anora, una joven trabajadora sexual en un barrio ruso-estadounidense del sur de Brooklyn. Es una escort, dama de compañía, servidora sexual, sexoservidora, prostituta, y los sinónimos que se les ocurran.
Las pacientes de terapia “escorts”, suelen ser jovencitas carenciadas, que vienen de estratos bajos en todo el mundo, de familias disfuncionales, y que en muchos casos sufrieron violencia sexual. Son afortunadas en poseer cuerpos, caras y a veces inteligencia para buscar otras alternativas para salir de la pobreza.
La mayoría de ellas, se despersonalizan, un factor que en la película se muestra muy claro. Esto es, actúan para satisfacer las necesidades de los clientes. Llegan a sentir esta actuación tan real que acuden a estimulantes de todo tipo. La finalidad siempre es ganar un poco más de dinero. No me imagino realidades más tristes.
Anora es una de esas chicas que pueden ilusionarse con otra perspectiva, que piensa que su situación puede cambiar, que es digna de que un hombre se enamore de ella y, muy importante, que deje de verla como objeto sexual.
Aquí es donde la actuación de la actriz es magistral, en la doble despersonalización de la escort y de la actriz. La película juega con las emociones de ambas, de principio a fin (leí que sus papás son psicólogos). Veo la parte chusca de los pillos al servicio de los padres rusos como el recurso para equilibrar en nosotros los espectadores, la intensidad del tema.
En el premio de la Academia a la película Anora hay mucho de valoración, y esto es en sí importante por innovador.
Pero la película no es solamente la escort Anora, es el arquetipo de una actividad que debemos ver también con otra mirada.
ETIQUETAS: PROSTITUCIÓN.
Federico Gamboa. Santa. México: FCE. 2013. Kindle Ed.
Sean Baker (Summit, New Jersey, Estados Unidos, 1971)
Federico Gamboa. Santa. México: FCE. 2013. Kindle Ed.
Sean Baker (Director). (2024) Anora (Película). FilmNation Entertainment
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