Inspector Leo Caldas
“Aquel tipo [Domingo Villar] sabía lo que era contar una historia, entrar en el alma de la gente y darle a todo eso un tejido de palabras que pudiera desafiar al tiempo. Había un crimen, sí, y también una intriga, pero sin fuegos de artificio, tigre saltando aros en llamas o fatigosos tragasables. El narrador desviaba con paciencia y esmero la madeja de los seres, entre los que sucedía la investigación hasta un desenlace que no ofendía la inteligencia...”*
Las tres novelas de Domingo Villar (España, 1971-2022) con el inspector Leo Caldas son fáciles de leer y gratas a pesar de que hablan de crímenes. Destaco: la interesante solidez de sus personajes; la forma en que el autor va encadenando los sucesos hasta llegar a sus congruentes finales; la riqueza de su vocabulario y su gusto por la palabra manifiesta en introducir los capítulos de sus tres libros con las definiciones que puede tener una palabra.
Sus tres novelas se desarrollan en la ciudad de Vigo y sus alrededores. Escritas originalmente en gallego.
La ciudad de Vigo, en la provincia de Pontevedra, comunidad autónoma de Galicia, se ubica en el noroeste de la península Ibérica. Vigo está a 33 km del norte de Portugal. La ciudad se extiende en la orilla sur de la Ría[1] de Vigo, brazo del océano Atlántico, con decenas de calas y playas en su litoral.
Durante sus pesquisas Leo Caldas recorre la ciudad, sus calles, brazos de agua y playas. En la taberna de Eligio, “el refugio más excelso de la ciudad”, introduce la cocina gallega e invita a preparar percebes y beber el buen vino que producen los viñedos de su padre
Este es el ambiente de Leo Caldas. Un hombre solitario, que no sabemos por qué no maneja, el por qué Alba no va a volver, y que tiene una buena relación con su padre viudo.
La personalidad sosegada, sensata y reflexiva de Leo Caldas contrasta con la de su colega el aragonés Rafael Estévez, uno noventa de estatura, “–¿Te has comprado un gorila?” le preguntan a Caldas cuando conocen a su colega. La eficiencia de Clara Barcia y el respetuoso comisario Soto completan el equipo de la comisaría de Vigo.
Los crímenes que se investigan en sus tres novelas son locales, de gente común, un saxofonista, unos pescadores y una joven ceramista. No hay giros inesperados porque las tramas se construyen gracias al desarrollo de la capacidad de reflexión y deducción del detective. Cada vez que las reflexiones de Caldas lo llevan a nuevos indicios, estos lo llevan a otros, y estos a otros, hasta el eslabón final de la resolución del o los crímenes.
Lo único que parece detestar Leo Caldas es la comisión a que lo obligó su jefe para participar en el programa semanal de radio de la estación Onda Vigo “Patrulla en las ondas” en el cual responde las preguntas de los vigueses.
Ojos de agua (2006)
Luis Reigosa, treinta y cuatro años, saxofonista, es encontrado muerto, sobre su cama, con las manos atadas a la cabecera. Cuando llegan Caldas y Estévez, el médico forense Guzmán Barrio retiró la sábana que cubría el cuerpo. “El cuerpo del muerto mostraba una tumefacción enorme en la piel. El hematoma comenzaba en la mitad del abdomen y se extendía por las dos piernas. En una de ellas, la inquietante negrura llegaba hasta la rodilla”. El médico forense Barrio les informó que le habían inyectado formaldehido, formol, en los genitales. El asesino que había diseñado la compleja ejecución debía tener nociones médicas. El formol debió de haberle provocado dolores muy fuertes. Había sido una tortura cruel y planeada.
Caldas y Estévez revisan el lujoso departamento en un edificio elegante en la isla de Toralla. A Leo le sorprendió su colección de discos compactos de jazz, él mismo amante de jazz. Encontraron un libro de Hegel con subrayados y en el aparato de sonido un disco de Billy Holliday.
En el sepelio de Luis Reigosa a Calas le llamó la atención la presencia de un hombre maduro, elegante, con el cabello blanco, que se mantenía discretamente a cierta distancia.
Una pista lo llevó al bar Grial donde Luis Reigosa tocaba con una banda en las noches. Los otros músicos le contaron que Luis Reigosa se pasaba las tardes en el conservatorio y las noches allí, en el Grial; algunas veces iba al Idílico donde trabajaba como “pinchadiscos” Orestes Rial.
Siguió la pista del formaldehído que era un formol clínico, producida por el laboratorio Riofarma, que lo vendía a un centro hospitalario cuyo dueño era el doctor Dimas Zuriaga, quien también era director de la Fundación Zuriaga.
Cuando Caldas y Estévez salieron del edificio de Riofarma, un perro atacó a Estévez (a Estévez todos los perros le ladraban). El dueño del perro se presentó, dijo llamarse Isidro Freire y que trabajaba en el laboratorio. “Caldas notó un leve temblor en el hombre al hablar. En La colmena, Camilo José Cela relacionaba el miedo con una vibración ligera del labio inferior. Desde su lectura, muchos años atrás, Caldas había comprobado en diversas ocasiones lo acertado de la descripción del Nobel gallego”.
Siguiendo la pista de Zuriaga, Caldas y Éstevez visitaron su lujosa casa y conocieron a su esposa Mercedes.
“–Jefe, aún no me ha contado a qué hemos venido aquí –comentó Rafael Estévez mirando a su superior. –No, todavía no. Sentado en una de las sillas del soportal, Leo Caldas guardaba silencio. No tenía una contestación que dar a su ayudante, no una suficientemente sólida”.
La playa de los ahogados (2009)
“Ahogar. 1. Matar a una persona o un animal sumergiéndolo en agua o impidiéndole respirar. 2. Causar sofoco. 3. Hacer sentir angustia, congoja o tristeza a una persona. 4. Apagar o sofocar un fuego. 5. Extinguir, suprimir”.
Julio Castelo era un pescador en el pueblo pesquero de Panxón. Había aparecido flotando en la orilla del mar. Parecía que se había ahogado. Había salido en su barco el día anterior, solo. Cuarentón, soltero, sin pareja ni hijos. Su madre y su hermana casada vivían en el pueblo. Lo extraño era que tenía las muñecas sujetas con una brida de plástico. Le habían golpeado la cara fuertemente. No había rastro del barco.
“El tipo faenaba solo. Pescaba nécoras y camarones con las cajas ésas de malla que se dejan en el fondo del mar. No recuerdo cómo se llaman. –Nasas –dijo Caldas. –Eso: nasas. Vendía el marisco en la lonja de Panxón. …Por lo que contaban, no es el primer ahogado que aparece allí”.
“Leo Caldas no necesitaba esperar a la aparición del barco para saber que se enfrentaba a un asesinato”.
El puerto de Panxón era pequeño, sólo había tres marineros en la bajura. Julio Castelo, al que le decían el rubio; Ernesto Hermida, que debía ya de estar jubilado. Y Arias. Cada uno andaba por su lado.
Julio Castelo, José Arias y Marco Valverde habían sido amigos. Años atrás habían trabajado en el barco el Xurelo del capitán Sousa. El 20 de diciembre de 1996 el Xurelo se hundió en la playas de Aguiño y el capitán Sousa se ahogó. Los amigos se salvaron, pero dejaron de hablarse.
Leo Caldas investiga, José Arias recién había regresado al pueblo después de años en que estuvo trabajando en una plataforma petrolífera. Marcos Valverde dejó el mar y vivía en el pueblo, le había ido bien en el negocio de la construcción.
En la página de un periódico local fechado el lunes 23 de diciembre de 1996, tres días después del naufragio del Xurelo, se había publicado la noticia de la desaparición de una mujer en Aguiño, de nombre Rebeca Neira, de treinta y dos años de edad, quien había salido de su casa la noche del viernes 20, la noche del hundimiento del Xurelo. La desaparición fue denunciada por su hijo quien dijo que su madre había salido a comprar cigarrillos.
La hermana de Julio Castela le cuenta a Caldas que su hermano “había dejado de silbar” cuando en su bote apareció pintada la palabra “asesino” y la fecha del naufragio. Y la de la desaparición de aquella chica.
El último barco (2019)
Las rutinas de Leo Caldas eran las visitas a los viñedos de su padre, comer en la taberna de Eligio. Y su “ cita con Patrulla en las ondas, el consultorio radiofónico que dos veces a la semana le obligaba a sentarse ante los micrófonos de Onda Vigo. Estaba resignado a compartir la siguiente hora con el fatuo de Santiago Losada, el director del programa, a soportar su voz engolada y su desprecio hacia todo lo que no fuese él mismo”.
Mónica Andrade, hija de un prominente cirujano de Vigo, había desaparecido un viernes en la mañana. Vivía en Tirán, al otro lado de la ría por lo que tenía que abordar un barco para que la llevara a Vigo. Una vecina la había visto en su bicicleta cuando iba rumbo al muelle. Su bicicleta fue encontrada en el lugar donde la dejaba antes de abordar.
Mónica Andrade era ceramista en la Escuela de Artes y Oficios de Vigo. Tenía treinta y cuatro años, era soltera, vivía sola con un gato.
Leo Caldas y Estévez visitaron su casa en Tirán, había un árbol caído afuera de ella, adentro había dibujos de ella firmados con una espiral. No estaba su cepillo de dientes, pero sí sus pastillas anticonceptivas. Alguien le estaba dejando agua y alimento al gato. Leo Caldas y su equipo verían innumerables veces las imágenes del video de las personas que descendieron del barco en Vigo el viernes en la mañana.
Leo Caldas fue reconstruyendo las actividades que Mónica Andrade realizó la tarde del jueves. Varias personas de la Escuela de Artes y Oficios que la vieron al final del día, dijeron haberla visto preocupada.
Leo Caldas se interesó por el taller de luthería antigua que enseñaba a construir y reparar gambas, arpas célticas, laúdes y el resto de instrumentos medievales. El profesor era Ramón Casal, les dijo que Mónica había aparecido por el taller la tarde del jueves, que se quedó en la puerta hablando por el móvil y, al cabo de un momento, se fue. Que le pareció que veía a uno de los alumnos, a Óscar. Caldas descubrió que Óscar Novo era hijo de un amigo de su padre.
Caldas y su equipo investigan a sus vecinos y amigos.
Andrés el Vaporoso que pasaba parte del día en su bote en el mar con una jaula con pájaros. “—¿En qué trabaja? —Es zahorí. —¿Zahorí? —¿No se llaman así los que buscan agua bajo tierra? —preguntó Walter Cope—. En mi isla los llamamos diviners: adivinadores del agua”.
Walter Cope era un inglés fotógrafo de aves.
Camilo era un joven con un trastorno que no lo dejaba relacionarse, no hablaba. Leo descubrió que dibujaba de memoria con realismo y gran detalle.
Pasaban los días y no aparecía ni Mónica ni su cuerpo sin vida.
Los medios en Portugal tenían años de dar la noticia de un secuestrador y asesino de niños apodado el “ Caimán”. Caldas descubrió que Mónica Andrade había estado visitando la web de la policía portuguesa.
“—¿Recordáis el vídeo de Mónica Andrade, cuando declaró que vio pasar un pájaro con las alas muy quietas y que el niño manco corría detrás estirando el brazo bueno como si quisiese atraparlo? Las tres cabezas contestaron que sí. —Hay varios testigos que vieron pájaros en los lugares en que se produjeron las desapariciones —apuntó Soto—. Vasconcelos cree que se vale de aves para llevarse a los niños. Su sospechoso es un criador de palomas. —Lo sé —dijo Caldas—. Pero Vasconcelos está equivocando el tiro: no son pájaros, sino aviones de papel. —¿Aviones de papel? —se extrañó Rafael Estévez. —Pero no son los aviones corrientes en los que estás pensando, sino aviones así de grandes —precisó el inspector, que había dejado cuatro palmos entre las manos—. El padre de … ya los hacía cuando yo era pequeño. El hijo aprendió de él”.
Domingo Villar qepd
* Palabras que Lorenzo Silva pone en la boca de su gran personaje, el subteniente Bevilacqua, en su último libro La llama de Focea (2022).
ETIQUETAS: DETECTIVE
Domingo Villar (Vigo, Pontevedra, España,1971-2022)
Domingo Villar. Ojos de agua. Madrid: Ed. Ciruela. 2011. 178 p. Kindle
—La playa de los ahogados. Madrid: Ed. Ciruela. 2011. 510 p. Kindle
—El último barco. Madrid: Ed. Ciruela. 2019. 755 p. Kindle
[1] Ría: penetraciones del mar en las costas.
Comentarios