«Porque matar cansa. Al principio tenía la diversión de lo nuevo; luego, repitiéndolo cansaba como todo oficio…”
«Porque matar cansa. Al principio tenía la diversión de lo nuevo; luego, repitiéndolo cansaba como todo oficio…” reflexionaba el teniente Carlos García. Tiene treinta y cinco años, es moreno cobrizo, con pelo negro, cachetón y panzón, trabaja como analista en el departamento de inteligencia del ejército guatemalteco al lado de un “asesor “extranjero.
Una mañana, de camino a su trabajo, ve un bulto tirado al lado de una calle en el barrio de Montserrat, se baja de su Ford Galaxy, el bulto es un hombre muerto, la cara le parece conocida, se voltea y se encuentra con policías judiciales encañonándolo. A partir de este suceso, la trama de este thriller se desdobla en un juego de coincidencias. Después se enterará, de que antes, en esa calle, habían estado un hombre de nombre Marcos Barnoya, el hermano menor de su esposa “Tono”, Marco Antonio Gómez, y su concuño Filiberto Sobalvarro. Cuando llega a su oficina su concuño lo llama para invitarlo a tomar un café y le platica del grupo religioso al que pertenece. Carlos García pregunta a la policía quién era el muerto, le responden que no habían recogido ningún muerto en Montserrat ese día.
Tono es arrestado por el asesinato de Marcos Barnoya, le confiesa a su cuñado que él pertenece a una organización terrorista, pero que él no mató a Marcos. Gracias a su posición militar Carlos García logra sacarlo de la prisión y llevarlo en su Ford Galaxy hasta la frontera con México; en castigo es enviado a algún lugar de la selva a luchar contra la guerrilla.
En El hombre de Montserrat el asesinato de un individuo por causas personales se contrasta con otro crimen, el genocidio. El gobierno de Guatemala durante los años setenta y los ochenta, estuvo subordinado a las órdenes de otros países, con la justificación de que había que detener la amenaza comunista y el terrorismo, se asesinaron a cientos de miles de guatemaltecos, principalmente indígenas y campesinos.
En la ficción de la novela, el teniente Carlos García había presenciado las acciones militares contra miembros de grupos de protesta y células guerrilleras. En la selva, “un lugar donde uno no puede dormir”, él es el comandante. En una imagen que bien podría simbolizar el genocidio, leemos que ante un ataque de millones de hormigas que se mueven hacia el campamento militar como una sábana negra que va “dejando todo pelón, el teniente ordena a sus hombres que hicieran un círculo alrededor del campamento y que orinaran para detener el avance de las hormigas. Y luego, con un realismo que no es mágico sino espeluznante, ordena masacrar a los pobladores de una aldea indígena mientras los helicópteros del gobierno lanzan napalm a los guerrilleros.
En sus sueños, en sus pensamientos y en sus monólogos el teniente se cuestiona, critica el abuso del rango militar, la corrupción en todos los niveles, lo que se trasmite de forma pomposa por una televisión controlada, la conducta de los judiciales u “orejas” de la policía secreta, «con la panza desbordada, nalgones, bigotudos, chichudos«, los asesores “que hablaban inglés y que tratan a los guatemaltecos con el frío asco del misionero”. Calla, porque el teniente es un militar y los militares siguen órdenes,
Esta novela escrita como un thriller se publicó 1994, tal vez para pasar la censura. La novela trasciende el género por la realidad del contexto y la estrujante ambientación que obliga a reflexionar sobre una etapa dolorosa de la historia guatemalteca. Se destaca el lenguaje coloquial, con sus localismos y el uso del voseo. En un afán de acrecentar el realismo de la narración, se describe lo feo, la parte más grotesca de los personajes y los ambientes. A excepción de la comida que silenciosamente le prepara y sirve “su mujer”, que también siempre está callada.
Dante Liano, Chimaltenango, Guatemala. 1948
Dante Liano, El hombre de Montserrat. España: Ibuku. 2005. Kindle Edition.
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