María Ruíz

No en la salud y en la enfermedad, no. Sino en la obsesión y en la obsesión. En la obsesión por Goya y en la obsesión por reivindicarlo. En la obsesión por compartirlo y en la obsesión por comprenderlo. En la obsesión por abarcarlo y en la obsesión por llevar a la realidad su sueño de Ilustración, de libertad y de luz”.

El sueño de la razón (2019) de Berna González-Harbour (España, 1965) es una novela de obsesiones.

La obsesión de la Comisaria del Cuerpo Nacional de Policía, María Ruíz, por desentrañar los misterios de una investigación criminal a pesar de estar “cesada, expedientada, suspendida”; por llevarnos en bicicleta por todo Madrid, el Manzanares y sus túneles subterráneos; por la casa okupa “La Dragona”.  Por el lugar donde estuvo la “Quinta del Sordo” y sus “pinturas negras”, en la calle Saavedra Fajardo número 32. Y también porque “La obsesión de Yago se había convertido en su obsesión”.

—Dime una cosa, Ruiz —dijo Esteban—. ¿Has dicho cuatro casos? —Claro que sí: pavos, perro, becaria y mendigo. Es la secuencia. De los tres primeros ya conozco los cuadros”.

La obsesión de un “asesino obseso, inteligente, sádico y muy preparado”, por escenificar sus crímenes inspirado en imágenes de pinturas de Goya:  los pavos en una plaza pública; el perrito de Martín hundido en un lodazal; el asesinato de la becaria Sara Muñoz a las orillas del Manzanares, “Si el asesino había querido reproducir el dibujo de Goya lo había logrado con una exactitud estremecedora”.  Y otro crimen, el del mendigo, en torno al río Manzanares,

“Si todos los crímenes tenían relación con cuadros de Goya, debía volver al Museo del Prado. Recorriéndolo, busca un sentido a los asesinatos, describe las pinturas en las que “no había balas, ni tiros, ni huellas, ni restos de ADN que le pudieran valer en una investigación común. Pero había otra cosa. Había un contexto. Había una lección. Había una inspiración. Había un genio. Y había o podía haber una imitación”. 

“Quién sabía qué hilo argumental había llevado al asesino de los pavos al perro, de ahí a la romería en su doble versión, a la mujer torturada, a Saturno, al fresco de san Antonio y qué sería lo próximo. ¿Fusilamientos en la plaza Dos de Mayo? ¿La duquesa de Alba?”

Y la obsesión (o el homenaje) de Berna por Goya y por dos de sus pinturas, La pradera de San Isidro (1788) y La romería de San Isidro (1823), ya que para ella “Estas pinturas, este escenario, son el mejor infierno donde se pueda instalar una trama de novela negra hoy[i].

“Los dos cuadros representaban una romería y ambos retrataban el mismo escenario, misma pradera, mismas fiestas, aunque treinta y cinco años separaban la primera imagen, un festival de sensualidad, deseo y hormonas exultantes entre colores vivos y rostros jóvenes que se amontonaban en la campa brindando sin prisa —todo lo que necesitaban estaba con ellos—, de la segunda, un mural sombrío de pobres errantes, algunos embozados, que cantaban —se diría— para no llorar. O que cantaban llorando a la vez”.

 

La comisaria María Ruíz es un gran personaje, pero también lo son el profesor Salas y Sara Muñoz, la becaria, obsesionda de tal forma con Goya que se había hecho tatuar en su cuerpo: El sueño de la razón produce monstruos”. “Volaverunt”. “Murió la verdad”. Y el muy joven Eloy. Y Yago el de los túneles subterráneos.

Un consejo para quienes lean esta breve reseña y deseen leer el libro:  leer, volver a leer, y disfrutar de las escenas de las seis entradas del “Álbum Y” con las que se inician cada una de las cinco partes de esta novela. El narrador es alguien que ha notado a un personaje que observa, escruta a una multitud, en ese “Madrid de madrugada que nos pertenecía por derecho propio”“cuando los ricos no notan que se han mezclado con los pobres”. Era el 15 de mayo de 1823. Y aunque parezca que ha pasado mucho tiempo, en realidad está pasando hoy”. En la tercera entrada del “Álbum Y” el narrador ya es médico y ha identificado a ese personaje: Ahora sabía que ese extraño era pintor y podía sospechar que era él quien me buscaba a mí, que me retrataba a mí”. En la cuarta entrada el narrador dice ser ya “un forense afamado” y vuelve a ver a ese hombre observando a la muchedumbre congregada frente a la ermita de San Antonio, una escena incomprensible sobre el muerto, el asesino y el resucitado”. En ese momento nos cruzamos la mirada… no estaba conmigo. Estaba con todos y, al mismo tiempo, con nadie”. La entrada Número 5 empieza La última vez yo no estaba allí, pero lo supe todo. Leocadia reposaba el brazo desnudo en la cama.. Todo era invitación en su rostro”. Muy pocas páginas en las cuales Berna González-Harbour en boca de su narrador, logra condensar el espíritu del genio: Francisco José de Goya y Lucientes​ (Fuentedetodos, España 1746 – Burdeos, Francia 1828).

No comento la entrada Número 6, al final de la quinta parte, no podría. Tendría que transcribirla toda.  Porque en esta novela, todo es invitación a leerla.

[i] Comentario de la autora citado por Juan Carlos Galindo, “Elemental” en El País, marzo 6, 2019.

Esta es la cuarta novela de la serie con la Comisaria María Ruíz.

Berna González-Harbour (España, 1965)

Berna González-Harbour.  El sueño de la razón. España: Ediciones Destino. 2019. 416 págs. Edición de Kindle